25 de marzo de 2008

2666 - Ciudad Juárez y el número de la bestia

Sucede a menudo que las historias más tristes se explican lejos del día a día, pero, de un modo que algo tendrá que ver con la justicia, construyen lo que va a ser nuestro segundo plato; sucede a menudo que lo devoramos sin olerlo, y nos queda ese extraño sabor a metal tan cercano; lo reconocemos porque es exactamente el sabor que tiene la sangre. Cuando me sucede eso, suelo pensar si todas las sangres saben igual. Me engaño y pienso que no. Así es como consigo dormir por las noches, pensando que todo esto no va conmigo.

Supongo que el mundo nunca avanzará gracias a mí; eso se lo debemos a gente como Roberto Bolaño, que, con 2666, su apabullante obra póstuma, creó la primera historia que de verdad nos ha hecho entrar en el siglo veintiuno. Es, quizás, la primera obra moderna de una nueva era. En ella supo encontrar la terrible armonía que explica el último misterio de nuestra era: ocurren demasiadas cosas bajo la leve superficie de nuestra seguridad como para pensar que hemos llegado a entender algo.

Los crímenes que todavía están sucediendo en Ciudad Juárez suponen uno de los episodios más vergonzosos de la historia reciente. Desde 1993 una serie de atroces asesinatos de mujeres y niñas han devuelto a nuestro estómago esa sensación de que hay misterios que nunca podrán ser resueltos, y no me refiero a la autoría de la masacre (es evidente que nadie quiere descubrirla), sino a la razón de la maldad en sí misma. A eso y a la facilidad cómo todos convivimos con ella.

Según el propio Bolaño, el misterio de nuestro mundo es el secreto que se esconde tras estos crímenes; ése no es otro que la certeza de que nuestros ojos ya sólo reaccionan a los torpes reflejos condicionados del rincón de Pavlov.

Y es que el horror no es más que un aburrido espectáculo cuando se mueve más allá de nuestras puertas, fronteras, patrias o como sea que queramos llamar esta vez a la estupidez.

Que gente como el escritor chileno o Álex Rigola, en su reciente e impresionante montaje teatral sobre la misma obra, se ocupen de recordarnos que algo se ha averiado no es suficiente. Un primer paso sería descubrir que compartimos las mismas cloacas donde va a parar la sangre de las víctimas. Pero eso es pedir demasiado.

La verdad se esconde precisamente en el Lynchiano “algo malo está pasando”. No es alarma ni pesimismo, es una llamada a tomar consciencia de que existe algo que la televisión nunca nos va a mostrar, algo que, precisamente por eso, pensamos que no puede existir. Hay historias que nos conectan con nuestras propias pesadillas, pero que justo antes de ceder a la noche, se quedaron en este mundo con la intención de no dejarnos pegar ojo. No lo han conseguido. Seguimos dormidos.

No sé vosotros, pero yo hoy no voy a estirarme en la cama; no lo haré nunca más. Voy a leer 2666 una y otra vez; lo haré hasta que consiga entender por qué matar a una mujer, o matar a trescientas, sigue siendo un detalle sin importancia en el gran circo que nos hemos montado. Quizás cuando mis párpados me asesinen, cuando ya no pueda entender qué estoy haciendo, alcance a comprender por qué la noche se está consumiendo. Quizás entonces, cuando llegue la luz de la mañana, no seré más que otra mujer en Ciudad Juárez, abandonando el último lugar que le quedaba para esconderse.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Has conseguido que me compre un libro de más de mil páginas, montaraz, más te vale que valga la pena. Si no, al menos leeré una y otra vez tu escrito; es increible.

PSYCOMORO dijo...

Que presión... seguro que te gusta tanto como a mí que me sigas leyendo.

Anónimo dijo...

Se trata de un libro pesado, pero no por su volumen (que también), sino por la pesadumbre que te deja en el corazón… Ana, sobretodo léelo por y para ti y muéstralo a quien puedas.

Anónimo dijo...

Si me lo dice alguien que suele entrar por aquí, no dudes que lo haré... quizás seas alguien que conozca a mi Montaraz preferido!!! Qué suerte !