Oscuridad. Tomó una calle, la primera que le prometió alejarle de todo aquello; forzando sus pasos de forma imposible, intentando transformarse en algo que no era. Caminaba rápido, tanto como le exigía la necesidad de huir de sí mismo. La mano en su bolsillo. El flequillo arrojado sobre su cara, disfrazando un gesto todavía alterado, disimulando el sudor que se adhería al desorden a su piel. Aquel picor.
Los recuerdos pueden ser perlas que cortan, pequeñas bellezas que hieren el paso del tiempo, cuchillas brillantes unidas por collares demasiado ajustados. Y siempre hay un día en el que nace la memoria; es una fiesta de pequeñas criaturas que no son nada hasta que se juntan, atropelladas, chocando entre ellas hasta que calculan la distancia adecuada para merecer un nombre.
Aquel momento de intensidad herida parecía empeñado en demostrarle con suaves latigazos que ese día iba a quedar clavado a su recuerdo, imperfecto, indeciso en las dimensiones de algo tan sutilmente desbocado en aquellos instantes como su memoria. Mientras intentaba peinarse supo que era imposible saber qué detalles de todo aquello decidirían instalarse en el caos en que se había convertido su cabeza.
Todo se precipitaba hacia un orden que no presagiaba nada bueno, pero era incapaz de centrar su atención en nada que no fuera seguir caminando; la cabeza, ligeramente inclinada hacia delante; el pelo, castigando las pocas fuerzas que todavía merecían llamarse de ese modo. Su respiración marcaba cada decisión que creía tomar, pequeños errores que no le llevaban a ningún sitio. Sintió cómo el corazón se desplegaba contra la jaula en que se habían convertido sus costillas. Sus pies se detuvieron y tomó una bocanada de aire que no pudo masticar.
Vi cómo se rendía.
Y noté todas sus sensaciones como si fueran propias; sentía incluso antes de que él llegara a entender qué le estaba pasando. Se desplomó como un saco de patatas vacío, sin forma, con la extraña nostalgia que desprende quien hubiera preferido estar en cualquier otro sitio. Cayó boca abajo; su codo se encontraba doblado hacia adentro, en un ángulo insano que significaba dolor. Su mano seguía en el bolsillo; parecía gritar en su interior, aquejada del imposible juego de escuadras en que se había convertido su cuerpo.
Miré a nuestro alrededor; había escogido una calle perfecta para los secretos. Me incliné hacia él y le di la vuelta. Sus ojos me miraron sin sorpresa; su cara cambiaba ante mí, intentando dar un aspecto coherente al terrible golpe que acababa de lanzar contra el asfalto. Prácticamente no había sangre y milagrosamente los dientes seguían en su sitio. Su boca se movía intentando decirme algo que yo ya sabía. Le puse dos dedos sobre los labios para que no se molestara y le arreglé el manojo de pelos que caía sobre su frente. Estaba ardiendo.
Estuvimos un rato allí, mirándonos el uno al otro, sin decir nada. En ocasiones no entendemos por qué suceden las cosas; sólo aspiramos a que nos pasen por encima con el menor rastro posible, sin dejarse notar. A veces lo conseguimos; otras sencillamente nos lamemos las heridas y esperamos que no vuelva a suceder. Éste es un mundo muy extraño y ese momento se alargó con el tono injusto de los instantes más tristes, de las derrotas compartidas.
Cuando pensé que había llegado el momento, me acerqué lentamente a él, le susurré al oído lo que él había intentado decirme antes y esperé a que muriera, a que dejara de respirar contra mi rostro. Me quedé un instante así, contando los segundos que nos separan de todo cuanto alguna vez importó.
Bajé la vista hacia el final de su abrigo. Tomé su brazo partido por la caída y lo manipulé como pude para conseguir que la mano abandonara su refugio. Lo hice lentamente, fijándome en todos los detalles. Le separé los dedos y tomé lo que guardaban. Perdí un segundo mirándolo; me decepcionó. Lo guardé en mi chaqueta. Me incorporé para olvidarme para siempre de aquel pobre hombre. No es el tipo de cosas que puedan convivir con una memoria como la mía.
Metí la mano en mi bolsillo y lo apreté con fuerza; me puse a caminar mientras pensaba en mi próximo nombre, dispuesto a acabar lo que nunca debería haber empezado.
17 de abril de 2010
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22 comentarios:
Claustrofóbico, una historia laberíntica y claustrofóbica muy bien contada, Psyco. Deberías plantearte comenzar un libro de relatos, la verdad. Ese hombre que acaba desplomado en esa calle me ha causado angustia. Te envío un beso de finde.
P.d. Estoy pendiente de la nube volcáncica. Tendría narices que bajara en lugar de desplazarse a otro sitio. Tendría narices que me quedara sin poder ir a Barcelona, es que... vaya tela!!!!
¡Ojalá, Psycomoro, el saber lleve consigo el quererse y respetarse para ser más libre, más feliz, más bueno!
Dejar de ser nadie y ser alguien.
Gracias, Ginebra. La claustrofobia que habita en el laberinto es no recordar cuando entraste, supongo. Pensaré en lo de los relatos. Confíemos que la naturaleza se comporte y no te aleje de Barcelona, confíemos en ella. Otro beso.
Hola, Alguien. Para mí ese sigue siendo el sentido último del conocimiento, abrir puertas al entendimiento, matizar distancias. Abandonar ese juego de relevos que nos lleva a repetir errores fatales. Gracias por dejarte caer por aquí.
La angustia se va adueñando del relato y del que lo lee. Hay una sensación de impotencia y de misterio muy bien lograda.
Nos rendimos en algún momento, sí. ¿Sería bueno tener a alguien que contemple nuestra derrota?
Besos a través de de la calle de los secretos
es una historia caóticamente fascinante propia de ti me gusto...
Abrazos a monto!!!
Quin relat tan inquietant i tan ben escrit...Té raó la Ginebra quan diu això del llibre.
Les fotos descol.loquen una mica...Es tracta d'un gos o són imaginacions meves...?
Una forta abraçada, Psycomoro.
Hola, Virgi. Sería bueno contar con alguien en el momento de la derrota; es injusto transitar algunos caminos solo. Siempre debería haber alguien que retome según qué tipo de batallas. Besos en el callejón.
Gracias, Erasantaana. El caos reina cuando suceden las cosas que no tiene vuelta atrás. En ocadiones, incluso es bueno. Abrazos.
Hola, Violeta. Moltes gràcies. Respecte a les fotografies, precissament volia desubicar el punt de vista de la història amb elles i sí, de fet, són dos, de gossos. Molt bon ull ! Una abraçada.
Este es un escrito muy poderoso que esconde más cosas que las que enseña; en ese mundo que no nos explicas residen las claves del drama. Me gustó mucho y deja la sensación perfecta para un relato: querer saber mucho más. Enhorabuena y lánzate en lo del libro porque tienes muchas posibilidades, no sé si de éxito pero sí de escribir cosas interesantes.
Gracias, Anónimo. Lo que no se explica sigue siendo más interesante que lo que sabemos; supongo que el mero hecho de que decidamos esconderlo quiere decir algo acerca de su naturaleza, algo definitivamente atractivo. Gracias.
Creo que es lo mejorcito que te he leído, Psycomoro! Engancha. De verdad.
La manera en que te expresas es sugerente y directa a la vez, sin caer en demasía en tus imágenes recurrentes de siempre.
Sé que no me lo tendrás en cuenta y me permito criticarte en esto, porque a veces pienso que debes abrirte más y no caer siempre en los ángulos de las esquinas y los cristales rotos.
Y después de la “crítica”, sólo pedirte una cosa: sigue escribiendo, por favor, porque seguro que todos lo disfrutaremos. Puro egoísmo de lector insaciable.
Muchas gracias, Anónimo y, por favor, no dudes en ejercer ese bello derecho incalculable que es la crítica. Me ha encantado eso de las esquinas y los cristales rotos ! Seguiré escribiendo aunque sólo sea por comentarios como éste. Puro egoísmo de escritor correspondido.
incognitas!quizás para desvelar las que quedan en el aire nazcan nuevos misterios.
muy bueno
saludos
Gracias, Achlys. El misterio, siempre el misterio; el que esconde el hecho de no saber y el que asegura el saber demasiado. Saludos.
Montaraz, eres tan inquietante que resulta imposible dejar de leerte. Que manera de introducir una historia sin desvelar nada. Supongo que entenderas que todos queramos saber mas de esos personajes no? Besos rendidos.
Gracias, Ana. Quizás hay secretos que sólo pueden llamarse cuando no son desvelados. Besos agradecidos.
Extraña esta combinación de muchos lugares comunes que dan lugar a una sensación totalmente única. Me gusta mucho cómo creas interiores, personalidades a punto de cambiar. Eres bueno, Psycomoro, muy bueno.
Y tú eres amable, Anónimo, muy amable. Quizás algún día descubramos por qué esos personajes no pueden evitar cambiar. Gracias.
No tengo ni idea de lo que va todo esto, ni de dónde viene ni hacia dónde va, pero lo que si sé es que el párrafo de los recuerdos es de lo mejor que he leído en mucho tiempo. Sigue, por favor.
Pues muchas gracias, Anónimo. En ese párrafo que mencionas creo que vive el secreto del origen y el final de esta historia.
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