Llenos de amor

Los que no entendemos de cofradías, aprovechamos estas fechas para mirar hacia otro lado, cargar nuestros puños de amor, alzarlos en dirección contraria al viento y probar cuanto tiempo podemos aguantarlos en alto.

Y el viento se calla y los pasos se callan; y los pocos que quedamos intentamos levantar también el otro brazo, cerramos los ojos y empezamos a contar hacia atrás. Descubrimos que el camino hacia la salvación sólo es seguir vivos mientras podamos. Y dejarnos llevar. Y esperar que ese vendaval no se vuelva a desatar, conscientes de que el único rumor que queremos oír es cómo vuelve a sonar la canción que escogimos para que nos acompañara hacia algún lugar lejos de todo, hacia el hogar de nuestros corazones, pequeños bastardos de pequeños latidos que disfrutan de ignorando la verdad eterna; en el centro mismo de las cosas que realmente importan.

Y bailamos y nos besamos, celebrando la apócrifa santidad de nuestros días. Desnudos, recibimos las primeras luces de la mañana y descubrimos que nuestros puños enamorados siguen en pie, ante la primavera.

Miramos la multitud de brazos que ha traído la noche. Algo extraño ha sucedido mientras soñábamos que estábamos solos. Alguien que no podía ser tocado empieza a sentir el miedo en su piel, de repente ha dejado de entender qué le deparará el mañana. Quizás ha ocurrido lo inesperado y llegó su momento porque nuestras manos están tan hinchadas de amor que algo bueno debe estar pasando.

No tengo la intención de desearle suerte, santo padre, pero tampoco le hubiera servido de nada. Su tiempo se agota, se escurre rápidamente tras la vergüenza pública. Que su excelencia tenga un buen viaje; nosotros nos quedaremos un rato más por aquí; es nuestro particular rincón para los milagros. No se esfuerce, no lo entendería.

Pedimos a ese gran hombre que vuelva a cantar su canción y jugamos con los nombres de todos aquellos dioses caídos para bautizar a los cambios que llegaron cuando cedió el viento. Y los puños, llenos de amor.