Hubo un tiempo en el que fuimos grandes; éramos reyes. Entonces las cosas funcionaban porque sí, sin más. Todo era sencillo porque había menos palabras y pocas formas de usarlas. Aquellos tiempos fueron nuestro imperio, el rincón que nunca debimos abandonar. Pero algo ocurrió. Los cambios empezaron con leves imperfecciones, pequeñas anomalías en el sistema que por sí mismas no eran nada. La comodidad nos pudo y descubrimos demasiado tarde que el cielo había empezado a cambiar de color; no fue nada espectacular, sólo que los tonos que lo formaban empezaron a usar un idioma que hasta entonces nunca habíamos escuchado. Aquella música avisó de lo que estaba por venir.
Empezamos a olvidar las cosas; primero fueron detalles triviales pero pronto dejamos de llamarles despistes. Llegó un momento en que sencillamente dejamos de recordar que había habido un tiempo en que no olvidábamos las cosas. Creo que entonces empecé a escribir para evitar que se perdieran aquellos tiempos, la última vez en que merecimos que nos llamaran hombres.
Ahora sé algo acerca de la enfermedad porque lo dicen mis papeles, que es lo único que nos ha quedado. Sé que no llega por igual y que sus síntomas suelen ser diferentes según el sujeto. También sé que todos los hombres la sufrimos y que transformó nuestros cuerpos que habían sido puros en algo para lo que no existía nombre, algo que empezó a vivir de una manera diferente.
Está escrito que nos llenamos de dudas, de miles de eczemas que no nos dejaban dormir por la noche. Lo intentamos todo pero el cielo no volvió a cambiar de color. No había medicación alguna que consiguiera que los efectos y sus cambios remitieran. Todo parecía demasiado avanzado y cualquier intento nos estrellaba contra nuevas malas noticias. Pero eso no era todo. Había algo más.
Estaban las mujeres. Ellas siempre lo habían sabido. No sé por qué lo hicieron; al menos no lo escribí. Ellas nos contagiaron. Sucedió algo que sólo podían saber ellas. Algo que quizás nosotros no estábamos preparados para entender.
El problema fue el agua; en el agua nació el terror. Lo descubrimos cuando ya todos habíamos bebido. Hace unos meses he empezado a notar la enfermedad mucho más; no recuerdo cómo la notaba antes pero yo sólo sé lo que leo en mis papeles y ellos dicen que estoy empeorando.
Olvidamos de dónde veníamos y para qué estábamos aquí. Nos convertimos en unos desagradecidos y olvidamos que alguien había decidido que fuéramos hombres por algo. No recuerdo el nombre de ese alguien; no lo escribí y yo sólo recuerdo lo que leo, pero es evidente que alguien nos hizo así y que esta enfermedad es una maldición por nuestra falta de respeto. Nos lo dieron todo, del mismo modo que ahora nos lo arrebatan. No podemos tener hijos; son lo efectos de la química, de todo aquello que las mujeres echaron en el agua. Ahora dicen que no sabemos amar, pero en aquellos tiempos sé que éramos fabulosos y que nunca tuvieron queja de nosotros. La enfermedad lo cambió todo; trajo la esterilidad y la eyaculación precoz. Y la culpa es de ellas.
Tomaron aquella química y orinaron en nuestros ríos. Nosotros la bebimos y ahora es demasiado tarde para todo. Olvidamos lo bien que vivíamos cuando las cosas eran como tenían que ser, cuando los hombres éramos hombres y las mujeres, mujeres. Cuando los matrimonios eran normales y las leyes también. Ahora estamos enfermos y nuestro mundo también. La fe se ahogó en aquellos ríos. Lo dicen mis papeles. No sé si es cierto lo que leo porque no recuerdo si había empezado a olvidar antes de ponerme a escribir o fue al revés, pero no me importa. Sólo necesito pensar que somos algo más que animales y que volverán aquellos tiempos en los que ser un hombre era motivo de orgullo.
Necesito pensar que lo escrito es cierto para que nuestras mujeres sigan teniendo niños cuando nosotros se lo digamos, para que por fin aprendan que nunca deberían haber abandonado su lugar tras la cortina. Deben respetarnos por lo que somos, admirarnos por lo que un día llegamos a ser. Está escrito y así debe ser. Si no, ¿qué será de nosotros?
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Vaticano/asegura/pildora/anticonceptiva/contamina/causa/infertilidad/masculina/elpepusoc/20090104elpepusoc_2/Tes
8 comentarios:
Tremendo, Montaraz, tremendo ! Es lo mejor que has escrito nunca aquí. Una vez que lo has leido parece que no pudiera explicarse de otro modo. Precioso, irónico, patético e implacable a partes iguales. Estoy impresionada, de rodillas!
Me van odiar por la frivolité, pero el otro día hablaba de tu blog con dos escritores que conozco (quizás tú también) y que te siguen con la misma ansia que yo pero sabiendo lo que leen y los tienes impresionados y dejate de la técnica a la que siempre te refieres que, como ellos dicen, hay cosas que no se pueden calcular. Alguno de ellos creo que ya te ha hecho algún comentario pero son muy recatados; buena gente.
Como mujer, gracias. Un beso. Ana.
Tú sí que eres tremenda... Muchas gracias, por todo. Resulta complicado responder a tanta efusividad, sobre todo a mí, pero gracias. En cuanto a los escritores que mencionas, bien, no creo que los conozca como tú; me limito a leerlos, creo que no he hablado nunca con ninguno. Me parecen una especie realmente curiosa, valiente y admirable. También me imponen mucho, así que ya me va bien que sean recatados. Confío que no llegue un día en que huyan de aquí aburridos.
Como hombre, lo siento. Un beso desde el bosque.
Desde que leí la noticia esperaba tu escrito. Era un misterio cómo lo plasmarías y el resultado es, con creces, superior a lo esperado. Estoy con Ana, es de lo mejor que has escrito!!!
Sólo puedo decir que lo del Vaticano y sus secuaces es de película de Mariano Ozores (a Juanito Navarro y Fernando Esteso ya los tienen en danza por nuestro país...). Qué será lo próximo?
Muchas gracias. Sí, lo cierto es que parece que hayan entrado en una espiral que sólo gira alrededor de su propio descrédito. Lo que no tengo tan claro es si pretenden hacer reír, aunque desde luego lo consiguen. Cada día me resultan más extraños, como actores de una obra de teatro que sólo entienden ellos.
Centrándonos en lo que nos ocupa, leyendo la noticia me sentía como si el término orina quisiera decir algo totalmente distinto a lo que entendemos por orina, que estén hablando de algo que nosotros no podemos comprender, como actores en un circo de números surrealistas. Pensar que están bromeando ayudaría, que no puede haber nadie que diga esas sandeces y que disponga un mínimo de poder para defenderlas.
¿Nos bebemos la orina hormonada de nuestras mujeres y eso nos causa infertilidad? Dicho así parece el final de un chiste. El problema es que es muy malo. Muy malo.
Soy mujer y llevo más de 20 años tomando la píldora, y tengo que decir en mi descargo que no era en absoluto consciente del daño irreparable que estaba causando día a día a nuestros hombres y a nuestra madre naturaleza.
Ahora ya no duermo por las noches; saberme violadora de tantos derechos fundamentales no me deja conciliar el sueño.
Qué lástima !!!
Esterilizamos a nuestros hombres y matamos a nuestros hijos. Pero de qué pasta estamos hechas? Si, somos muy malas, y también menstruamos, parimos, cuidamos a nuestros niños y hombres, trabajamos por menos y nos aparcan cuando ya no lucimos bien. Estoy de acuerdo contigo es un chiste, patético chiste.
¿La píldora durante 20 años? El cielo no está hecho para ti. Has asesinado, contaminado y esterilizado. No puedes esperar compasión. Coge mi mano, te llevaré a un sitio mucho más divertido...
El chiste es patético pero no duele. Lo triste es que todavía haya gente que se deje llevar por este tipo de engaños. Duele saber que hay gente que prefiere no saber; la misma gente que te regala miradas esquivas de reprobación cuando sus casas están ardiendo. Sois tan malas que os entiendo.
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