Otro más

Siempre escribes mi nombre roto
contra pedazos de papel mojado,
arrugadas fugas y mentiras corridas.

No consigo ahogar todas las preguntas,
que trepan por las vendas de la cara,
signos de alguien que era antes que yo.

Y araño el sudor de tu espalda,
nudos que cambian de nombre,
el breve epílogo de ti dejando la cama,
con mi escaso sabor abierto en tus labios;
soy el segundo plato para la reina del sol,
doble de azúcar para quien ya no camina.

Y te giras sobre tu culo, sobre mi recuerdo;
me vuelves a sonreír y abandonas el idioma.

Sólo callando no se me ocurre nada que decir;
tú vuelves a hablar de la niña de cristal con
sus heridas transparentes de sangre helada,
transfusión de pequeñas historias sin dueño
que sólo esperan que llegue la primera luz,
apagarla y pensar en los buenos momentos.

Me tapo para seguir muriendo de calor,
cierro los ojos para no volver a dormir,
sueño para conocer de qué estoy hecho,
me toco y preparo mi mejor despedida,
antes de que llegue la nostalgia de siempre,
las corrientes de un pasado que no marcha.

Los desagües que mastican nuestras palabras
rugen con el joven orgullo del primer aliento.
Intentas abrir la boca y decirme que lo sientes,
pero los gritos de las cañerías te vencen y
me arrojas la ropa con la rabia de quien sabe
que va a follar como si ya no quedara tiempo.

Estos días han venido para enloquecernos,
me dices mientras te acercas para gastarme.
La cura es morir de lo que nunca enfermamos.
Esto debe ser lo que nadie explica del amor,
el engaño de los poemas que hablan sin sexo;
amar es el deseo de ser eternos sin rompernos.