22 de febrero de 2010

Cuando dejemos de ser buenos

Pienso en The Road y algo se despliega contra la ilusión de lo que damos por seguro. Son unas alas grises que te acercan un aire templado cuando baten, algo que se mueve en una habitación preñada de sombras. Y tú eres como una luz que nunca va a recuperar el sol de una mañana a medio despertar, incapaz de apartarse el sueño de encima, que se estira pero no consigue desperezarse; los músculos se tensan, las articulaciones intentan recordar por qué están ahí, el cuello gira como el trono bastardo de unos ojos que nacieron para respirar bajo el agua pero que nunca entenderán la oscuridad. Y cuando quieres incorporarte, te percatas de que el menú del día anterior estaba en mal estado. Que algo ha ocurrido en el mundo mientras dormías.

Y con aquel aire amable acude el helado gesto de un planeta que se ha venido abajo; sólo quedan unas praderas sin árboles habitadas por seres que están mudando de piel, que están imaginando nuevos nombres que consigan hacerles justicia. Vagan en busca de lo que nunca había faltado. Tienen hambre. Y tú sólo puedes huir. ¿Papá, seguimos siendo los buenos?


Porque de eso se trata; de mantener la cordura, ese hilo escaso que nos trae el café caliente cada mañana. Dos fugitivos toman la carretera, una ruta que se extiende sobre los círculos de lo inevitable. No quedan dioses; ahora ya sabemos que nunca los hubo. Que todo estaba en nuestras manos y sólo nos queda echar de menos los tiempos por los que valía la pena luchar.

Y esos dos profetas de un pasado incompleto avanzan hacia ningún sitio, en el reino de la nada. La felicidad es un sótano lleno de latas, una vela que ilumina el espacio eterno entre dos seres que todavía se quieren. Esos instantes que mantienen viva la sensación de que no está todo perdido. Sólo necesitan comer y seguir su destino imposible hacia un sur que no les ha prometido nada pero que es todo a cuanto pueden aspirar.

El cielo es acero que nos anestesia ante el origen del cambio, contra aquellos primeros instantes de una nueva era que ya no busca comprensión. Los colores ya no tienen sentido. A los nacidos en este nuevo mundo les han dejado de importar los motivos; sólo saben lo que tienen que hacer.

El camino se reduce a una única intención; avanzas para negar la extinción de tus semejantes. En algún lugar debe quedar un niño con quien volver a jugar, un padre con fuerza para seguir adelante. En algún lugar debe quedar alguien que no se haya transformado.


Porque la especie entera se encuentra en tránsito hacia algo imposible; la gente anónima que solías cruzarte por la calle son ahora muertos vivientes que vagan por la carretera, mutaciones de una conciencia colectiva que quizás ya estuviera loca antes de desaparecer; buscan su alimento en tus restos, como el primer mundo devoró al tercero antes de que todo cambiara.

Sumidos en una salvaje metáfora sobre los misterios del capitalismo feroz y la fuerza como única redención posible, todo cuanto puedes hacer es abrazarte al equipaje que todavía no has perdido y arrastrarte sin hacer demasiado ruido, soñando con un mundo sin depredadores.

Y dos balas juegan a rimar con el destino; esos dos disparos son el recuerdo de una madre que supo que la lucha llegaba tarde. La traición se viste de aviso y la rendición es cordura. No puedes quitarte la vida cuando lo que significas ya no vive.

The Road ya era enorme en papel. Cormac McCarthy escribió en 2004 una obra maestra que se ha instalado para siempre en la historia de la literatura contemporánea. Seca, audaz, concisa en la descripción de lo inexplicable. Inabarcable en su profundidad, The Road me ha enseñado que quizás no queden historias por contar pero si formas de hacerlo.

Ahora John Hillcoat se arriesga con lo intocable y adapta el texto de McCarthy con una fidelidad honesta, sin pretender vestir lo que debía permanecer desnudo. Con el apoyo inestimable del gran Javier Aguirresarobe, que regala un trabajo de fotografía que deja sin aliento, el director hace lo necesario con una historia que ya era todo lo que podía ser.

Y en esta potente adaptación, destaca especialmente el trabajo de unos intérpretes que se convierten en papel helado; desde un Viggo Mortensen en entrega absoluta hasta un Robert Duvall que muestra cómo unos gestos cansados ante el fuego pueden dibujar un estado de ánimo que ya no necesita expresarse.

Pero, entre todos ellos, es Kodi Smit-McPhee quien consigue que mi corazón se parta en dos; espeluznante la interpretación de ese niño que consigue trasladar la desolación de un ser perdido que sólo ha aprendido a no resignarse. Nunca había visto llorar a alguien de esa manera en una pantalla; ese llanto se alza como un grito de ayuda a quien todavía puede cambiar las cosas. Y el espectador se encoge y desvía la mirada.


No es fácil entrar en esta habitación, una suerte de caminos cruzados donde estalla el choque entre todos los principios y sus finales, pero estamos ante una obra que es mucho más que un aviso. Es un frio espejo sin marco que arroja la certeza de lo innegable, justo antes de romperse y reclamar nuestra atención. Preferimos no pensar en ello, pero todos esos cristales en el suelo son pedazos de conciencia que nos avisan de lo que poco que tardaríamos en dejar de ser buenos. Carne y necesidad.


16 comentarios:

Ginebra dijo...

Bueno, aquí seguimos anegados de agua y con tormenta. No sé si podré incluso publicar este comentario porque me senté un rato en el ordenador e internet viene y va... saciedad acuática o hidrofobia, ese es el término que define.

Me gustó mucho tu crítica sobre esta película. No la he visto, sí su trailer en el cine y ahora en tu blog, pero no la ví. El actor es muy bueno y convincente y la película promete, quizás vaya a verla, Psyco, ya te contaré.
Te envío besos mojados, como todo por estas latitudes que ya se van pareciendo más a Galicia que a otra cosa.
Muaaaaaa

PSYCOMORO dijo...

Hola, Ginebra. Desde luego está siendo un invierno largo y pasado por agua, pero todo se acaba tarde o temprano. Te recomiendo la película y, muy especialmente, la novela. Aquí empezamos a notar cómo sube la temperatura; un beso con algo de buen tiempo.

Anónimo dijo...

Alucino contigo, Psycomoro! Te superas en cada nueva entrada y no tengo la menor idea de cómo lo haces. Quería remarcar alguna de las frases que me han impactado y que esconden más verdad que algunas novelas enteras, pero no puedo, son demasiadas.
He visto la película y me ha impresionado casi tanto como tu escrito. Y leeré la novela, sin duda.
Un beso de los buenos!

PSYCOMORO dijo...

Muchas gracias, Anónimo. Lee esa novela; yo ya voy por su tercera revisión y continuo encontrando rincones que estaban ahí, esperando a ser transitados por unos ojos demasiado cansados pero necesitados de aprender. Gracias por pasarte por aquí. Supongo que todos los besos son buenos, pero hoy te envío uno de los mejores.

Anónimo dijo...

Realmente es una obra que te deja sin aliento, casi como a sus protagonistas, grandes héroes de la nada, con más motivación en su vida de la que yo podré tener jamás, o al menos, eso me temo.
Preciosa pero dura, muy dura. Pura poesía desde nuestro propio infierno.

PSYCOMORO dijo...

Las motivaciones que habitan la nada son la lucha en estado puro, Anónimo. Es emocionante comprobar cómo esos dos profetas de un dios que no existe se esfuerzan por no perder lo único que les queda, una dignidad que pesa lo mismo que sus mínimos cuerpos. Dura poesía de cápsula espacial sin retorno. Gracias.

Ana dijo...

Ayer la vi, Montaraz, movida por tu poesía. Cada día me gustas más y me impresiona más lo que explicas. Me gusta pararme frase a frase y disfrutarlas. La película me pareció soberbia, a pesar de que me cuesta ser objetiva cuando Viggo Mortensen está por enmedio. Amo a ese hombre. El niño estoy contigo, simplemente una locura de interpretación, que sensible. Muchos besos.

PSYCOMORO dijo...

Gracias, Ana. Y me alegro de que la hayas visto. Somos muchos los que amamos a ese ser tan bello llamado Viggo. Te aconsejo que leas la novela, disfrutarás de una eternidad de frases realmente bien hechas. Un beso

Anónimo dijo...

Vaya rollos que te marcas. Para mi Internet está
bien por el facebook, el twitter y cosas modernas asi pero cuando caes en páginas como esta te deprimes. No he visto ni una de las pelis que pones aqui, swguro que las han estremado? Sin ofender eh

PSYCOMORO dijo...

No ofendes, Anónimo, no te , preocupes por esas cosas aquí, andamos curados de espantos. No creas, yo también tuve mi cuenta en Facebook pero, después de una semana y aceptar un millón de amigos me deprimí y me di de baja.

Ahora tengo este triste rincón que nadie lee. Ya sospechaba yo algo extraño; claro, tienes razón, las películas no están estrenadas, sólo son historias que viven en mi cabeza, como las voces del pobre Mark Hamill. Quizás tengamos que hablar tú yo yo para que las cuelgues en Facebook o Twitter y así, entre los dos, consigamos que se hagan realidad. Sería precioso. Gracias por tu comentario a mi rollo.

Ana dijo...

Muy bueno, Montaraz. Lo que no entiendo es por que pierde un segundo en escribir un comentario en un blog que no le interesa. Yo lo veria como una pérdida de tiempo. Sublime lo de las voces de Mark Hamill, supongo que ya sabes que han fichado por Neox. Un beso.

Y confirmado, estas películas tan raras están todas estrenadas. Por suerte.

PSYCOMORO dijo...

Hola, Ana. Sí, sabía que la muchachada había mudado de casa; a ver si en la nueva le obsequian con horarios más decentes.

Siento discrepar, aunque sólo sea una vez, pero me encanta que el Anónimo haya escrito. Al final, es el tipo de cosas que mantienen vivo el blog; no tendría ningún sentido mantenerlo con mis rollos, que lo son.

Precisamente lo bueno que sigue teniendo Internet es que es una habitación enorme donde cabemos todos; un lugar que cada uno decora como le apetece. El humor en mi comentario sólo pretendía acompañar el tono del suyo, pero te puedo asegurar que le agradezco sinceramente que se pasara por aquí y, por supuesto, que leyera. Hace unos años, eso me hubiera parecido un auténtico sueño. Un beso.

Anónimo dijo...

Yo creo que es conveniente, incluso sano, notas discordantes, opuestas, provocaciones, juegos. Todo el mundo debería decir lo que quisiera, y más aprovechando este medio anónimo... Te sientes reconfortado cuando te apoyan, pero te retan cuando te cuestionan. A mi me encanta siempre, desde el humor y la tolerancia. The Road es mágnifica, pero el libro es insuperable, como se puede decir tanto, como se puede sentir tanto en solo 209 páginas. Gracias Viggo. Gracias Psycomoro.

PSYCOMORO dijo...

Hola Anónimo; no puedo estar más de acuerdo contigo; humor, tolerancia y reto. Perfecta combinación. The Road es algo muy grande que ha sucedido a la literatura reciente; muy grande. Gracia a ti, por pasarte por aquí.

Apache dijo...

Psycomoro, como siempre abriéndome la curiosidad para volver a disfrutar de una película, libro... pero con una mirada mas profunda, mas humana, y en la que todo tiene un porque, nada pasa por casualidad.

Por mucho que lo intenten, nunca dejaran de ser los buenos, porque hay algo que los une y los hace seguir, sin importar el lugar, ni la oscuridad, ni el frío... siempre hay alguien, siempre hay un camino que cruzar donde las adversidad-es se convierten en retos que alimentan y fortalecen, los buenos siempre estarán hay, aunque quieran esconderse dentro de una habitación oscura donde nadie les pueda ver.

Muchas gracias Psyco, y un abrazo

PSYCOMORO dijo...

Bienvenido de vuelta, Apache. Cuánto tiempo. Sí, esa sensación de que vamos a poder superarlo creo que es la intención del escritor, y de la película, cuando lanza un aviso tan tremendo como éste. No deja de ser el canto a la responsbilidad de cambiar las cosas cuando todavía podemos; la responsabilidad de vivir libres y luchar libres. Un abrazo también a ti y las gracias te pertenecen más a ti que a mí.