30 de mayo de 2008

The Traitor

Hay momentos que, para serlo, necesitan saberse irrepetibles. No ocurre siempre, sólo cuando no hay más remedio. Esa extraña materia de tiempo detenido es el organismo que alimenta nuestros mejores recuerdos. Uno de los míos fue descubrir que quería escribir; otro, sin duda, saber que nunca llegaría a hacerlo realmente bien. Entre una cosa y la otra, camina la tranquilidad con la que puedo mirar hacia de The Traitor de Leonard Cohen y saber que la habilidad de hacerse escuchar pertenece a quien tiene algo excitante que decir. Es su caso.

He recorrido esta letra de arriba a abajo, la he atravesado, plagiado, admirado y abandonado. La mastiqué, la escupí e intenté entender los posos que quedaban; el secreto de esos posos estaba en el profundo sentido del humor con el que les gustaba reunirse. Y yo estaba ahí, ensimismado en ese vaivén de mentiras y metáforas, intentando no perderme el detalle de lo que estaba naciendo.

Lo que yo entiendo muy posiblemente no tenga nada que ver con lo que Cohen quería escribir. Ése es el secreto de la poesía que, como aquellos posos, sólo se forma en tu interior; hasta el momento en que descubres que, de manera inconcebible, aquello parece haber sido escrito sólo para ti. Es falso, por supuesto, pero la alegría de tener algo tan cercano abona el terreno que necesita ese dulce autoengaño.

En ella veo la historia de alguien que decidió hacer algo con su vida; los primeros versos acompañan al nacimiento de un poeta, que habla del cisne, el río y la rosa; que marcha de casa para hacer aquello para lo que cree haber sido llamado. Y lo hace sabiendo que parte hacia un destino tramposo, seducido por el riesgo de esas aventuras que sólo vuelven sobre sí mismas, aplanando la mirada de una madre que lo ve marchar hacia ningún sitio.

Empieza a escribir. Pero es un poeta que no respira; de inmediato avergüenza al cisne y enferma a la rosa y sólo puede mirar a esos jueces que le recuerdan que no sirve, probablemente sin saber de qué hablan. No sabe jugar con las letras, pero se ha enamorado de esa mujer que es poesía y quiere luchar por ella. Se obsesiona y está seguro que escribiendo la defiende, que sólo intentándolo puede mantenerla cerca.

Levanta a las tropas y se enfrenta a la hoja en blanco. Arma a todos los que creen en él y los lanza contra los hombres de acción (los hombres que enamoran y no son juzgados). Su ejército carga y cree en lo que él representa, pero, en el último momento, el poeta se rinde y abandona a sus tropas de la peor manera. Los jóvenes soldados caen uno a uno, junto al dolor y la rabia de quien no entiende por qué todo tiene que acabar así.

El poeta ha decidido, y su lugar va a ser junto a su amada poesía. Rendido a lo que le pida en cada momento. No la volverá a escribir, sólo la leerá. Su elección es soñar lo que nunca podrá tener, volver a aquella habitación que su madre conservó para él. Y los que creyeron en él sólo le mirarán a la cara para llamarle traidor.

Quizás no sea todo lo que esconde la letra, pero es la historia que me recorre los huesos cuando la escucho. He escogido la versión que intepreta Martha Wainwright porque me decidió a lanzarme contra este muro de rosas. Me ayudó especialmente el momento en que gime, con ese gesto que intenta pedir disculpas demasiado tarde, "I know my place"; justo el momento en que el poeta reconoce ante todos que se ha rendido.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

No puedo ni articular palabra

Anónimo dijo...

Ya he leido 2666, Montaraz, y me ha encantado, tan dura como interesante; pero tengo que renocer que leyendo lo que tu has escrito sobre esta canción, lo que no entiendo es porqué no te dedicas a esto de verdad, bueno quizas ya lo haces y no lo se. Lo he leido, despues he escuchado la cancion y te juro que he llorado. Siempre digo lo mismo, pero te prometo que no lloro nunca! y yo que pensaba que era una mujer fuerte ;)

Anónimo dijo...

Leonard Cohen siempre ha tenido mi corazón en suspense. En el filo. Como ocupando ese espacio, que entiendo ficticio, entre lo divino y lo humano.
Ahora tendrá que compartir ese lugar con un tal Psycomoro.
Seguro que le gusta.

PSYCOMORO dijo...

No dejes nunca de articular palabras porque sólo vivimos de lo que escuchamos y siempre queda alguna buena historia que explicar. Gracias

PSYCOMORO dijo...

Gracias por compartir lo de 2666; me gusta que te lo hayas leído sólo por mis paranoias, de verdad. No quiero hacerte llorar, no quiero hacer llorar a nadie, pero, entre tú y yo, pensar en el protagonista de la canción siempre me lanza un nudo a la garganta; quizás porque yo nunca seré un hombre de acción. Gracias, Ana.

PSYCOMORO dijo...

Leonard Cohen es un genio del humor, al menos yo lo veo así. Todas sus letras sobreviven atravesadas por una densa ironía que las relativiza pero, a la vez, las lanza al firmamento de lo intocable. Que me guardes un rincón cerca de alguien así no es sólo un honor, es un secreto que merece ser disfrutado con los ojos entornados. Así, me imaginaré que lo mejor de todo es vivir en esos espacios donde la ficción es lo único que cuenta. Eres muy dulce.