El paso le pesaba, hinchado de palabras que había ensayado mil veces en su cabeza, disculpas sin sentido que no aportaban nada nuevo. Y era la sensación de derrota lo que daba sentido a su decisión, la evidencia de que la muerte sólo ha aprendido a resultar inevitable.
Se paró en uno de los descansillos mal iluminados; podía haber usado el ascensor pero necesitaba ese tiempo para decdir si lo que iba a ocurrir era lo único digno de suceder. Sacó la fotografía arrugada de sus pantalones; sus propias sensaciones le extrañaron, poco tenían que ver con las que le invadieron cuando la recuperó de aquel hombre que estaba a punto de morir. Ese antiguo trozo de papel se estaba consumiendo, como si alguna bacteria que habitara en los rincones del tiempo estuviera masticándolo; pensó que aquello era el olvido. Todo iba a resultar lejanamente triste pero definitivamente rápido.
Apartó los ojos de la mirada sonriente que se asomaba entre los pliegues del papel y acabó de subir las escaleras sin devolver la foto a su pantalón. Después de todo, había pasado mucho tiempo lejos de su hogar y esos breves momentos eran lo que le quedaba para intentar recuperar algo de lo perdido. Casi inconscientemente inclinó la mano, colocando su palma de una forma demasiado incómoda, la necesaria para permitir que su madre pudiera ver el estado que había regalado el paso de los años a la que había sido su casa.
Arrastrándose distraído por el último pasillo, disfrutando de los escasos detalles modernos que fracasaban en su intento de alejar ese lugar de su memoria. Extintores, luces de emergencia, cerramientos metálicos; todos parecían empeñados en exhibir su importancia mientras él tomaba conciencia de lo poco que realmente habían cambiado las cosas.
Se detuvo ante la puerta e intentó recordar cuando había estado allí por última vez. Como si se tratara de un cálculo legendario, dedicó varios minutos a aparcar los miles de sentimientos que en ese momento se agolpaban alrededor de su alma y se centró en contar. Paró cuando la conciencia le aseguró que eran más de veinte años.
De pie, con la mirilla a menos de diez centímetros de su rostro. Cualquiera hubiera pensado que esperaba una señal para fundirse con la madera. De algún modo, fue lo que deseó durante unos segundos, disolverse en ese umbral y no avisar de su presencia a nadie más; vivir para siempre entre esos objetos, con sus ingenuos fastos de progreso, sus amables detalles sin dolor.
Estaba tan cansado.
Agachó la vista hacia la mirada de su madre, como si de un amuleto se tratara, esperando un consejo que le descubriera si valía la pena continuar. La fotografía no dijo nada que realmente necesitara; en el fondo sabía perfectamente lo que aquella mujer hubiera deseado; que la verdad hablara; algo tan sencillo, tan improbable.
Cuando ves como el paso del tiempo arruga nuestra idea de justicia, te das cuenta de que hay sueños a los que hemos condenado a resultar innecesarios, prescindibles como las pequeñas piedras escondidas en el lecho del río, redondas, vencidas por la influencia de un cauce que ha diseñado su leve vida, bajo otras rocas mayores que cayeron sobre ellas, con el estruendo necesario para cambiar el curso del agua. El silencio de los cantos rodados; los bordes de una instantánea con sabor a derrota. Todo es lo mismo; nada cede.
Sólo quedaban los fantasmas; la ciudad andaba plagada de ellos, seres que se desvanecían en algo parecido a la muerte antes de llegar a ningún lugar; portadores vacíos de memoria, sin más artificio que sus largos abrigos inservibles. Y él sabía que su madre era uno de ellos, la bella cicatriz de una guerra que asesinó una época. La fotografía no había hallado su destino porque los fugitivos eran demasiados, y no hablaban, y no respiraban; tampoco podían hacer nada por su familia. Sólo huían heridos por su propia desaparición, consumiendo sus últimos instantes de inexistencia en una misión que no alcanzaban a entender. Y morían; de nuevo.
Sólo quedaban los fantasmas; la ciudad andaba plagada de ellos, seres que se desvanecían en algo parecido a la muerte antes de llegar a ningún lugar; portadores vacíos de memoria, sin más artificio que sus largos abrigos inservibles. Y él sabía que su madre era uno de ellos, la bella cicatriz de una guerra que asesinó una época. La fotografía no había hallado su destino porque los fugitivos eran demasiados, y no hablaban, y no respiraban; tampoco podían hacer nada por su familia. Sólo huían heridos por su propia desaparición, consumiendo sus últimos instantes de inexistencia en una misión que no alcanzaban a entender. Y morían; de nuevo.
No podía seguir con todo aquello. Persiguiendo el recuerdo de su madre entre todos aquellos imitadores de la vida que se lanzaban contra el mismo olvido que había alimentado su obsesión; necesitaba que alguien pudiera dar un sentido a los recuerdos que se escondían tras aquel blanco y negro desvanecido; es cuanto buscaba cada vez que entregaba su testigo a uno de esos portadores inertes, pobres vagabundos en búsqueda de una muerte digna de recordar; en busca de su rincón en una historia que apesta.
Todos aquellos años de batida y deseo frustrados parecían empeñados en replicar el tiempo que intentaba recuperar; el recuerdo estaba siendo devorado por un presente con las cartas marcadas. El juego ya no reservaba lugar a las dudas. El misterio estaba tan muerto como los secretos que se revolvían bajo tierra.
Y hoy estaba allí, ante la puerta del que fue su hogar, la pretendida morada de su padre, un anciano imposible de imaginar. Por un momento, tuvo la seguridad de que ya formaba parte de aquel grupo de espectros encallados en el olvido; estuvo seguro de que su padre había muerto, que nadie puede sobrevivir a todo aquel tiempo, con todo ese dolor. La ignorancia mata muy lentamente pero siempre alcanza sus intenciones; había tanta gente mirando hacia otro lado que resultaba imposible que alguien que no fuera de metal siguiera vivo.
Lanzó su mano contra el timbre, la detuvo justo antes del contacto y lo tocó suavemente, como lo haría alguien que no quiere despertar a un niño recién dormido; pero el aviso sonó como un estallido injusto, ajeno a la caricia que le había acompañado. Era el timbre que tendría alguien con problemas de oído, alguien tan antiguo como las batallas entre los hombres; alguien tan viejo como el amor cuando se pierde.
La puerta se abrió; con ella, su corazón se desentendió de toda regla y escaló hacia el refugio de su lengua dormida. Las luces impedían al padre, todavía con el pomo entre los dedos, identificar a la visita; la sombra alzó la mano en silencio y por su anciana mente asustada pasó la posibilidad de descubrir un arma. Casi pudo oír el disparo. Cuando consiguió enfocar la vista pudo ver que todo lo que escondía la mano era una fotografía arrugada. Reconoció aquellos ojos que le sonreían desde el papel.
Aquel padre condenado a la deriva intentó recordar cómo se lloraba, el sabor de las lágrimas. No pudo. Pensó en el valor de su mujer, sintió un huracán estallando contra sus brazos y supo que el destino de aquel instante era volver a abrazar a su hijo. Y eso fue todo cuanto hizo.
20 comentarios:
Si hemos de hacer un largo recorrido para terminar en un abrazo, ha valido la pena. Cada paso que damos, cada escalón que ascendemos, va configurando la persona que seremos cuando hayamos completado el camino. También el de vuelta, la bajada, sedimentando entoces lo que por la piel ha penetrado.
Un abrazo.
Grande. Pensativo.
Estás haciendo algo reamente diferente con esta historia. Cuantas entregas quedan? Quién es nadie?. Leerte siempre me deja embelesada pero "Nadie" me está llevando todavía más allá. He releído las tres partes seguidas y todo está en su sitio por algo. Que emotivo, que tremenda esa historia que han tenido que vivir padre e hijo, que poderosa la figura de esa madre que parece madre de los dos. No sé que más decirte. Brillante. Grande. Necesito leer más. Besos. Ana.
La tercera parte de Nadie tan intensa como las otras...
Te marco esta frase tuya:
"
Cuando ves como el paso del tiempo arruga nuestra idea de justicia, te das cuenta de que hay sueños a los que hemos condenado a resultar innecesarios"
Esa verdad me duele bastante, porque la justicia, al igual que otros principios éticos no deberían mudarse con el paso del tiempo.
Me gusta lo que escribiste, como siempre.
p.d. No he oído esa versión que comentas del tema de Harrison,. ¿la tienes en cd? Si es así, ¿podrías enviármela por correo???? , besosss de viernes
Sí, Virgi, y a veces ese camino de retorno es el momento en el que las cosas toman el cuerpo que llevaban tanto tiempo buscando, cuando entiendes por qué has inverftido tanto tiempo en caminar hacia un destino improbable. La bajada. Gracias.
Hola Ana, muchs gracias. No sé cuántas entregas quedan pero sí creo saber quién es Nadie, o quién no lo es. Sea como sea, me gusta tu idea de que la madre lo sea de los dos; como una referencia inevitable. La idea es conseguir que todas las partes guarden cierta coherencia, aunque me temo que hace tiempo que me perdí en el tiempo que las separa. Un beso.
Hola Ginebra, precisamente la irrelevancia que la historia ha concedido a la justicia es uno de los motivos de la historia; esa dejadez que se ha convertido en signo cultural. Me ocupo del tema de la canción... un beso
Impresionante relato oscuro y lleno de posibilidades. Me han gustado mucho las tres partes pero sobre todo la forma como van desvelándose los personajes y sus circunstancias; los saltos en el tiempo van aclarándose mientras avanzas en la lectura. Realmente conseguido. Mi más sincera y envidiosa enhorabuena.
Mi más sentida y abrumada gratitud, Anónimo. Me deja atónito el simple hecho de que alguien que no sea yo mismo aguante seguir aquí; me ayudan mucho vuestros comentarios para seguir un camino que no sé exactamente dónde me llevará pero que está resultando un dulce compañero de viaje. Gracias, de nuevo.
Todo parecido con la realidad pura coincidencia, no?
Engancha.
Hola Araceli. Supongo que es algo parecido a la fotografía; el resultado procede directamente de tu manera de ver las cosas pero, a la vez, no deja de reflejar algo de existía antes de que lo confinaras a tu visión. El parecido con la realidad es tan inevitable como el peso de la ficción. Moltes gràcies.
qué manera de escribir, psycomoro. metienes completamente sugestionado, oliendo la madera y estremeciéndome con el timbre.
Supongo que es duro echar la vista atrás por el pánico de poder descubrir que el tiempo existe.
Salud!
Es interesante ver como de un relato de ciencia ficción la historia va avanzando hacia terrenos muy reales y duros. Creo que tienes un talento especial para escribir y que deberías insistir en probar con historias como esta. Todo el blog es tremendamente interesante pero me gusta especialmente tu manera de escribir.
Gracias Lagarto. Sí, ése es el tema sobre el que gira toda esta historia; la evidencia de que mirar al pasado nos tiene que llevar a un lugar diferente al olvido. Un espacio desde el que podamos gritar que todo tuvo algún sentido, como ese timbre rompiendo el silencio. Salud.
Gracias, Anónimo. Escribir es duro porque es un estado que tiendes a construir desde cero, con la guardia bajada. La satisfacción viene de la mano de vuestros comentarios. Se agradecen aunque el mérito es algo todavía ajeno y muy, muy lejano. Gracias.
¿acabo?leeria mas y mas
mua
Hola Achlys, seguramente leerás más. Después de todo, nada acaba antes de tiempo. Un beso.
Excelente relato que da mucho y promete una historia escondida que da unos personajes a la espera de redencion. Me gusta la idea de las entregas. Sigue escribiendo.
Gracias, Anónimo. Me temo que esos personajes han olvidado incluso el camino de vuelta a casa. Seguiré escribiendo mientras ne divierta y me soportéis.
Tras una segunda lectura en busca de respuestas que no he encontrado, me he sorprendido a mi misma emocionándome de nuevo con una intensidad que creía reservada sólo a las primeras veces, a los descubrimientos.
Escribes muy bien. La lectura de tus relatos es un placer para los sentidos.
Un beso emocionado.
Siento que no halles respuestas, Anónimo, pero piensa que es la misma sensación que pesa sobre los personajes; la conciencia de que han sucedido muchas cosas que nunca deberían haber pasado y que quedan demasiadas que deberían haberse hecho y poco tiempo para hacerlas. Muchas gracias por tus palabras, hacéis que todo esto sea un doble placer.
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