6 de junio de 2010

Nadie (2)

Nuestras decisiones suelen sobrevivirnos. Son los restos del naufragio. Dedicamos tanto tiempo a no equivocarnos que el mar se cansa de esperar y hunde nuestro barco en las turbias profundidades que rodean nuestras dudas. Y flotamos. Y nos lamentamos del desastre. Y todo vuelve a empezar.

Desde el día en que comprendió su condición, supo que la vida no iba a ser una buena aliada para casi nada; su lugar sería para siempre ese margen blando que nos protege de una inmediata colisión con la muerte. Y allí construiría su hogar, solitario. Levantaría cuatro paredes, el refugio del esclavo de las puertas abiertas.

Ahora ya sabía que nada iría como había sido planeado. Nunca hubo un destino, como tampoco hubo una misión. De alguna manera, se sintió libre por primera vez en demasiados años. Es el tipo de cosas que suceden cuando descubres que puedes atravesar el umbral sin una sombra de dolor.

Cansado de caminar, de esperar alguna señal, aceptó la realidad y tomó su primera decisión humana. Supo que se detenía para extirpar el miedo, su humeante segunda piel; la parte más reconocible de una identidad perturbada.

Y en ese preciso instante decidió que quería desprenderse de aquella carga heredada. Asistir a su protección durante tanto tiempo lo había dejado exhausto; resulta agotador ver morir a tanta gente huérfana de oportunidades, sin un instante de tristeza que construya una memoria a la que agarrarse. Devolvería aquello que incendiaba su bolsillo al lugar de donde nunca debería haber salido; tanto tiempo buscando algo que ahora no conseguía desear.


El tiempo de las esperas había enfermado y las fuerzas lo habían hecho con él. Cuando abandonas las reglas de la comprensión, se agota el espacio de los héroes. Resultaba tan doloroso mirar hacia atrás que prefirió olvidar que nunca había tenido un futuro. Giró el rumbo de sus pasos y aceleró; decidido, hacia su primer y único destino. Enderezó su rostro todavía lejanamente atractivo y vistió una media sonrisa sin humor.


No recordaba su edad, ni si ese era un lujo que se pudieran permitir los de su especie. Resulta muy extraño pensar en el momento en que empezaste a envejecer cuando te han arrancado la memoria. Todo le devolvía al lugar del que huyó; se sentía como un perro famélico bajo la lluvia que intenta recuperar los signos del retorno a su hogar, consciente de que allí sólo le espera un cobijo donde morir de hambre.

Alzó lentamente la cabeza; los músculos del cuello se desparramaban sobre sus hombros, como una armadura de un solo uso. Dejó que su olfato le guiara y sus piernas se aliaron para ocuparse del resto. Y así, se dirigió hacia su propia muerte.



Siempre supe que algún día todo acabaría; que las batallas tienen el tono de los cuentos explicados al revés; sólo asumes el final cuando puedes recordarlo. Me gusta pensar que nunca dejé de luchar, que fuimos grandes a nuestra manera. Pero si algo te enseña la vida es que una cosa es lo que pudo ser y otra muy diferente lo que nunca dejó de ser. Y con eso sólo alcanzas a seguir tirando.

El telón de mi leve perseverancia cayó el día en que ella murió. Entonces todo se fue al diablo; todo cuanto había tenido un mínimo sentido se alojó en aquellos últimos instantes. Se fue tranquila, sin dolor, tristemente consciente de que quedaba mucho por hacer y poca gente para hacerlo. Marchó entregándome sus ojos, intentando regalarme algo bonito que recordar; los cerró, me sonrió y alcanzó a murmurar “lo siento”. No necesité ni una palabra más para entender a lo que se refería.

Hay guerras en las que te precipitas. Situaciones con las que no escoges lidiar; sencillamente te aplastan como un edificio mal construido que ha decidido derrumbarse en plena noche. Todo cuanto había necesitado hasta entonces eran aquellos ojos que se apagaron en el peor momento, cuando la lucha parecía dirigirse hacia algún lugar diferente a una nueva derrota.

Los tres juntos aprendimos a pasar desapercibidos; entendimos que sobrevivir no sólo es vivir alejado de los depredadores; a veces tienes que plantarles cara, enfrentarte a esa sensación de poder absoluto que te gruñen antes de dispararte la primera dentellada.


Pero es algo inevitable. Cuando aceptas el ritual de aniquilación como algo habitual, cuando notas de cerca su mecánica implacable, tarde o temprano empiezas a preguntarte si realmente eres culpable de algo, si cuando te toque entenderás definitivamente por qué la vida te ha convertido en una presa que no merece compasión. Y lo haces para no enloquecer, para pensar que cuanto te sucede no puede ser fruto únicamente de la injusticia. Te engañas y esperas.


Ella nuna esperaba, siempre sabía lo que teníamos que hacer. Ella era todo lo que teníamos; la única de los tres que siempre supo que valía la pena intentarlo. Y convenció a su hijo. Y me convenció a mí. Y juntos descubrimos que se puede ganar una guerra en la que nunca quisiste participar. Y sobrevivimos. Y les engañamos. Supongo que aprendimos a ser felices huyendo. Los tres.


Pero todo se hizo añicos cuando ella murió. No supimos continuar; sólo notas la ausencia de la luz cuando te abrasa la oscuridad. Nos abandonamos a la nostalgia y perdimos el sentido de nuestra existencia, encallados en una fotografía helada de tonos cansados. Ahora sé que nunca llegamos a ser lo que ella merecía; pensando en eso sólo consigo amarla todavía más

Y estoy aquí, observando todos esos recuerdos de un borrador desordenado, intentando sentir de nuevo el aroma que la adornaba cuando atravesaba esa puerta. Hoy más que nunca hubiera deseado tenerla aquí, y darle yo mismo la noticia.

Porque, sobre esa suave sensación de melancolía, hoy me mantengo en pie alargando el arrebato de rabia feliz que me ha invadido cuando lo he escuchado. Lo he repetido en voz baja para comprobar que era cierto, intentando masticar la palabras. Muerto.

El mundo que nos quiso devorar se ha venido abajo y podemos empezar a soñar con algo parecido a la esperanza; seguro que hay millones de cosas por hacer, miles de cosas que explicar.


Pero ella no está. Y no sé por dónde empezar.

14 comentarios:

alguien dijo...

Empezar por agradecer con todo el alma y con todo el ser que ella haya existido. Valorar, agradecer y no dejar morir ese sentimiento de amor hacia ella que sientes. El sentir amor, generoso e inmenso, es la vida, es la luz, es la paz... Es el único sentido de la vida.

PSYCOMORO dijo...

Bueno, Alguien, eso es algo a lo que el personaje ya esta encadenado, algo que da sentido a los recuerdos que todavía no han marchado. La situación con la que se enfrenta ahora es entender por fin el peso de la lucha inacabada de su amada, descubrir que siempre vale la pena intentarlo, incluso cuando por el camino perdemos aquello de lo que nuestro cariño nunca podrá prescindir. Gracias por la visita.

alguien dijo...

Para mí, Psycomoro, Amor y Verdad van siempre de la mano, son inseparables, son la Luz de mi vida. Sin Verdad no hay confianza, confiar con todo el corazón, con toda el alma y con todo el ser. Ese mismo ser, ese mismo corazón y esa misma alma que siente Amor.

Achlys dijo...

paralizante.Este texto es de lo más emotivo uqe han visto mis ojos.Esconde multiples sentimientos encontrados.Simplemente me ha dejado aquí,pensando,todo lo que he leido¿que más se puede pedir de la lectura?

Enhorabuena.Eres buenisimo

PSYCOMORO dijo...

Hola, Alguien. Esos son los sentimientos de los que no puedes apartarte cuando pierdes a alguien con quien te quedaban tantas cosas por hacer. Lo único que ayuda a llevar la injusticia son los recuerdos.

PSYCOMORO dijo...

Muchas gracias, Achlys, eres un cielo. Precisamente los sentimientos encontrados deberían ser el motor que intenta hacer funcionar todo el relato; dudo que lo consiga pero era lo que intentaba. Comentarios como el tuyo hacen que el esfuerzo tenga un lecho bellisimo donde descansar. Gracias, de nuevo.

Ginebra dijo...

Psyco, preciosas fotos para un texto
que atrapa desde las primeras líneas, lo he leído dos veces y es muy bueno...
Podría quedarme con muchas frases de tu escrito, pero elegí ésta, supongo que sé el motivo:)))
"Dedicamos tanto tiempo a no equivocarnos que el mar se cansa de esperar y hunde nuestro barco".
Un beso enorme para tí:))))

virgi dijo...

Psycomoro, me impactan tus textos. Pero éste tiene una fuerza extraordinaria, una cuna inmensa de dolor y felicidad.
Es sobrecogedor, volveré porque no es para leerlo un sola vez.
Además, hay un montón de hallazgos bellísimos. Un abrazo, vuelvo.

PSYCOMORO dijo...

Hola, Ginebra. Son fotos antiguas que me han pedido acompañar a estos personajes en busca de algo que sólo puede llegar demasiado tarde, pero a lo que no están dispuestos a renunciar sin pedir alguna explicación. Muchas gracias, y muchos besos.

PSYCOMORO dijo...

Hola Virgi, muchas gracias. Vuelve siempre que quieras; espero que cada visita al menos te ofrezca sonidos diferentes, que te entretenga; me siento definitivamente feliz pensando que eso pueda ser posible. Un abrazo.

Ana dijo...

Eres grande, Montaraz. Que escrito más estremecedor, que manera de escribir. Consigues que los misterios se mantengan sin desvelar pero que sigas sintiendo esos personajes como gente muy cercana. No sabes hacia donde van pero consigues que entendamos perfectamente por que hacen lonque hacen. Una vez más, me dejas sin palabras. Enhorabuena, de verdad.

Kirmen Uribe:"Bilbao-New York_Bilbao dijo...

"Las casas se mueren si nadie las habita, y también las personas"

PSYCOMORO dijo...

Muchas gracias, Ana. Tan sin palabras como tú me dejas con tus elogios. Sí, me gusta la idea de mantener el misterio en un segundo plano, como si importara algo menos que lo que sienten esas personas intentando llevar una vida medianamente decente; intentando ser como los demás. Un beso.

PSYCOMORO dijo...

La soledad te atrona el interior cuando llega inesperadamente, Kirmen; te golpea con la saña de quien está convencido de que no habrá un nuevo asalto.