Vivimos huyendo de fantasmas conocidos; sin mirar atrás, agotados en la seguridad de que no son más que nuestras propias huellas que nos vienen a visitar. Esos seres que recorren los pasillos de los corazones arañando las paredes son nuestra mínima expresión de deseo. Se dirigen a nosotros con cierto aire compasivo y nos muestran con suavidad en qué nos hemos convertido, dibujando en el aire el destino de quien siempre prefirió no saber.
Michael Haneke es un prestidigitador del miedo. Funny Games ya era una ópera de dolor sostenido; quizás no pueda rodarse una película más terrorífica. Ahora nos entrega La Cinta Blanca, y en ella nos habla de espectros que vagan por rincones de responsabilidades ignoradas. Todo un monumento desolador a las víctimas que olvidamos cuando miramos hacia otro lado; un fresco dedicado a los ejecutados por las tradiciones.
Se viven los tiempos previos a la primera Guerra Mundial y nadie parece pensar en lo inevitable. Un pueblo alemán dominado férreamente por el integrismo religioso se convierte en espejo de una Europa que está a punto de estallar; una locura hinchada tras un universo de puertas cerradas, de silencio.
Porque ése es el poema que recitan los peores espíritus, el estampido de las puertas cuando se cierran sobre secretos imposibles. Toda una comunidad viviendo de apariencias y heridas a medio curar, construyendo un futuro torcido sobre las espaldas de unos niños que habitan resignadamante en la maldad, como si fuera su último refugio.
La sociedad se convierte en una patria de credos irracionales; sus habitantes son trovadores del abandono. Todos viven aceptando unas miserias que son algo más que pecados de alcoba o historias familiares, son la radiografía donde aparece la enfermedad.
Es el campo sobre el que trabaja el bisturí de Haneke; corta y te enseña la causa del dolor. Se le critica porque siempre bucea en esos entornos malsanos y con frecuencia le preguntan si es necesario indagar en la herida. Quizás no lo sea, pero ignorar según qué cosas puede doler como una infección mal curada.
Miras lo que sucede en ese pueblo y no puedes evitar pensar en los acontecimientos que marcaron los siguientes cuarenta años de la historia de Europa. Es la misma sinfonía que acabó bailando un país como el nuestro, incapaz de entender qué nos llevó a destruirnos a nosotros mismos durante treinta y seis años.
Y son los niños los que devuelven el odio, los profetas de una nueva religión de subsistencia donde los padres se convierten en meros espectadores de un terror que les supera. La hipocresía llega en forma de sorpresa cuando decides no entender.
Es el poder de unos nuevos dioses que se han gestado en la represión, jinetes tan mínimos como implacables que cabalgan tres cuerpos por delante de sus progenitores. Lecciones aprendidas. Queda la mirada atónita del padre cuando descubre de qué es capaz su hijo; el mismo hijo al que había atado como a un animal a su cama para que no se masturbara. Tradición.
Te abruma lo que ves en la película porque lo que sea que está sucediendo pasa lejos de las imágenes; quizás ocurre que hay cosas que ya deberíamos saber aunque nadie nos las enseñe. El director crea su obra pensando que eso es así, que quien mira ya ha visto antes; que es responsable. La sutileza de la puñalada que no sangra.
En ese sentido, La Cinta Blanca no deja de resultar irónicamente optimista; esa demanda de atención del espectador, de su compromiso, es una muestra de confianza casi suicida pero tremendamente valiente. Haneke piensa, a su manera, que todavía tenemos futuro. Me gusta pensar que tiene razón.
Es cierto que hay películas que resultan incómodas de ver, quizás sean también las más necesarias. Después de esta ración de cine importante, cuesta asimilar su duro mensaje; cuando llega su abrupto y coherente final, te quedas pensando en el futuro de esos personajes tocados, en el poco sentido que tienen las fronteras si en todo el mundo el origen del mal es tan parecido. Le concedes unos minutos más y te vas a dormir.
Pero es la noche la que trae los significados, cuando te duermes y los sueños te enseñan el destino de los habitantes de aquel pueblo. Notas el veneno de la cinta blanca, de la inocencia impuesta por el dogma. A veces me pregunto si los monstruos también tienen pesadillas. Y nunca sé qué contestar.
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10 comentarios:
Psyco! Poniéndome al día con tus post, y estoy pasando un ratillo genial.
Haneke es un director que siempre me sorprende, en el mejor sentido y en mas literal, porque sus películas te dejan el cuerpo descolocado porque todo es nuevo, incluido el lenguaje visual...
La veré como todas las que recomiendas.
Gracias por recomendarme una película mas.
Un besazo con palomitas
Sí, Claudia, Haneke tiene es algo extraño que trepa por la espalda y queda alojado allí, recordándote que las cosas pueden mirarse desde muchos puntos de vista, y que el tuyo sólo es una apuesta, una circunstancia. Me cuesta mucho olvidarme de "Funny Games" y "La Pianista". Un beso.
Qué manera de escribir Montaraz!! No sé si eres suficientemente consciente de lo bien que lo haces. No se si los monstruos tendrán pesadillas (que bueno y que dickiano)pero cuando sueño me imagino que algún día podré expresarme como tú. Muchos besos embelesados.
Gracias, Ana. Quizás la cuestión sea que nosotros no formemos parte de las pesadillas de los monstruos que tememos. Muchos besos.
Gracias por las trecomendaciones. Impagables para los que vemos poco cine.
Hola Araceli, tan impagables como bucear en tu página y dejarse llevar por la magia de tu fotografía. Es curioso, tanto en esta película como en la reciente "The Road", la fotografía es un personaje más, una voz que recita lo que los personajes no se atreven a decir. Gracias por pasarte y, como siempre, felicidades por tu trabajo.
Lo dicho, querido amigo: me encantaría ver esa película con usted, pero como será casi imposible, iré a verla posiblemente sola.
Ya había leído y visto algo referente a esta cinta y en ese momento pensé que sería una buena peli.
Besos
Hola, Ginebra. Si tienes la oportunidad, ves a verla. Te acompañaré desde la distancia; es lo que tienen las palabras, llegan tan lejos como queramos lanzarlas. Es una gran película; un gesto necesario. Besos.
Me gusta el cine de Haneke y me gusta la disección poética que haces de su mensaje. Es doloroso, sin duda, como lo es aceptar que las cosas no suceden porque si y asumir la parte de responsabiidad que tenemos todos en la creación de ese monstruo tradicional, hecho en mayor o menor medida a nuestra imagen o semejanza, porque, no nos engañemos, todo lo que uno imagina, no importa lo descabellado que pueda parecer, no es más que una versión retocada de lo que ya conoce.
Y lo que conocemos no hace ninguna gracia. En las películas de Haneke no cabe ni una media sonrisa que nos permita tomar un poco de aire y seguir adelante, y supongo que ahí radican el dolor y la dureza de su mensaje.
Genial, espero que al igual que tu querido Boyero sigas hablándonos de cine durante mucho tiempo.
Hola Anónimo; muchas gracias por tus palabras. Me resulta muy interesante esa reflexión que haces acerca del humor en las películas de Haneke; es cierto, quizás lo que las convierte en algo tan seco, tan directo, es que evita toda costa el humor. Es como si intentara evitar que el espectador tuviera asideros para librarse de su propia responsabilidad; creo que trabaja en ese nivel de buscar la implicación total del que mira que comentaba: esto va por ti y esto es lo que somos; ahora, actúa.
Todo lo que uno imagina no es más que una versión retocada de lo que ya conoce... grande, muy grande.
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