25 de junio de 2009

El diablo sabe silbar

Hoy me he despertado ingenuo, hambriento por recordar que somos lo que buscamos. Esta viñeta del fondeador de conciencias sin voz en que se ha convertido El Roto, me ha recordado la anestesia que siempre me han producido los himnos; la frialdad aterida que me invade cuando intento mirar a una bandera como nada que no sea un trapo de colores encaramado a una lanza demasiado afilada.

Siempre atiendo a los discursos acerca de los sentimientos y emoción que embargan a quien se siente parte de un país, a la afición de un equipo de fútbol o cosas similares; emociones que puedo respetar pero que me resultan sorprendentes, como uno de esos perros de juguete que saltan cuando menos te lo esperas, sin ton ni son, cansinos, ruidosos. Te encuentras ahí, intentando entender por qué entretenemos a los niños con ese tipo de cosas.

Nunca he compartido la necesidad de formar parte de algo superior al individuo para buscar trascendencia a nuestros actos; el caminar bajo una bandera, al son de un himno o ataviado con un uniforme siempre han ido, al menos en mi tierno imaginario, demasiado de la mano de cierta relajación en la asunción de las propias responsabilidades.

Cumplir órdenes que no alcanzamos a entender, silbar melodías que recuerdan épicas victorias, seguir tradiciones a ciegas… son pequeños pasos que alejan al individuo de sus propias posibilidades. La expresión más extrema, y dolorosa, de esta manera de hacer se manifiesta en los integrismos religiosos, aunque a éstos los tenemos más detectados; digamos, que se hacen notar.

Mis castigados allegados me recuerdan a menudo que las cosas cambian cuando menos te lo esperas y que, cuando eso sucede, no sueles tener nada que ver en ello; como en todo, tienen mucha razón. Pero a veces disfruto bajando la guardia, y me imagino que quizás algún día los astros se pasen con el ácido y podamos empezar a disfrutar siendo ingenuos.

Últimamente noto que me cuesta mucho apartar la mirada de los ojos de la gente; y los gestos que observo cuando te explican las bondades de su bandera se parecen demasiado a las formas de aquel perrito alocado que gira sobre sí mismo una y otra vez; hasta que las pilas deciden pasar a mejor vida. A veces pienso que no hay nada más peligroso que un juguete que ha dejado de entretener; me de la impresión de que tarde o temprano va a empezar a morder.

Quizás el problema sea no poderse levantarse un buen día y ser otro. Alguien que pudiera reírse de Imagine de Lennon porque ha pasado de moda y es una tontería propia de un colegial inmaduro que todavía no ha tomado contacto con las cosas que realmente importan.

Quizás lo más fácil sea pensar que era un trasnochado demagogo, un traidor cargado de dinero; pero hay algunas cosas que no puedo apartar de mi cabeza. Los perros muerden pero somos nosotros los que les damos de comer; hemos aprendido a diseñar el factor sorpresa. El arma sólo se dispara cuando alguien aprieta el gatillo. Para el resto, mejor recurrimos al diablo.

Mientras las cosas sigan ahí, este señor seguirá mereciendo el respeto que sólo puedo sentir por aquellos que no necesitan no equivocarse. La fuerza de los mensajes sencillos crece con la rabia de sus enemigos; la ingenuidad venenosa de esta canción resultaba inaceptable. Esa sonrisa del principio es la de un niño que sabe que aquello es una descomunal travesura. John, te seguimos echando de menos.



Dos grandes versiones. David Bowie, el duende de las mil caras de perros y diamantes.



Y Neil Young, cantando como sólo puede hacerlo quien ha descubierto que las peores historias nacen para repetirse:




6 comentarios:

Anónimo dijo...

Bendita sea la inocencia si nos lleva a la revolución no?. Me hacen mucha gracia los que piensan que es mejor no decir las cosas porque así no pasarán. Si John Lennon cantaba aquello y sigue estando vigente la culpa no era suya y de su ingenuidad, sino de la imbecilidad de la humanidad que ha querido darle la razón. El BLog es impresionante, Psycomoro. Me gusta todo !!!!!

Ginebra dijo...

"Somos lo que buscamos"... es genial el comienzo de tu reflexión, como genial es toda ella... tampoco soy de himnos ni banderas, de cualquier cosa que limite la libertad individual y que nos encasille (mucho menos de religión y de fanatismos...aún sigo pensando lo que decía mi abuela: "la misa y el pimiento, son de poco alimento"...) como ves el saber popular que casi nunca se equivoca...
Tienes un mundo interior que se acerca al mío, estoy segura de ello, me identifico con tus cosas... la elección musical muy buena también. No conocía la versión de Neil Young... Un beso y gracias por estar aquí en blogosfera y contarnos tus interesantes cosas.

Anónimo dijo...

Que puedo decir... sigues siendo tu, el de siempre, el que te hace pensar en la importancia de la simpleza de las cosas. yo soy hombre de pocas palabras y muchos sentimientos, ardo de pasión, de inquietudes y miedos, pero por mucho que lo intento no puedo expresarlos, gritarlos... será la frialdad de mis banderas

PSYCOMORO dijo...

Anónino primero, gracias por tus palabras. Me parece muy acertado el comentario de que la Humanidad se la dado la razón; debe ser eso lo que más altera a sus detractores, el hecho de resultar incuestionable de una manera tan sencilla.

PSYCOMORO dijo...

Es un placer, Ginebra. Resulta curioso que algo tan abierto como Internet sirva para compartir mundos interiores, ¿no crees? Desde luego funciona así y me alegra que nos hayamos encontrado caminando por ahí. Un beso.

PSYCOMORO dijo...

Las personas de pocas palabras suelen ser las que más cosas tienen que contar; y las que mejor pueden alegrarte un día. Las banderas dejan de ser frías cuando te das cuenta de que lo son; a partir de ahí, la primera sonrisa explica tanto como el mejor de los gritos. Es de las pocas cosas que siempre funcionan.