28 de abril de 2009

Autopsia de un futuro que nació enfermo

Ha fallecido J.G. Ballard, poeta incómodo de los submundos que no aprendieron a nacer. Sabía hacía tiempo que no le quedaba demasiado y, dentro de esa paradoja exhibicionista del desahucio prometido, se sentó e hizo lo que siempre había hecho: mirar hacia el planeta con la tensión irónica que conceden las tragedias ridículas.

Con ayuda de su médico, había estado elaborando material literario diseccionando su propia muerte; tomó un proceso que era irreversible y se mofó de él. Abriéndolo, inspeccionándolo, experimentando. Ballard volvió a ser Ballard y venció a su propia muerte mirándole directamente a los ojos y lanzando contra ella una batalla que el escritor había ganado de antemano. Ha muerto, sí, pero se ha llevado la mejor de las victorias al no agachar la cabeza; eso y un mechón de pelos de su contrincante entre los dientes como merecido trofeo. Se oye decir que a la muerte todavía le tiemblan las rodillas por el dolor.

El gran maestro de la distopía (utopía preñada de los peores augurios) construyó una obra coherente, comprometida con unas obsesiones que, más que válvulas de escape para desatascar algún trauma personal, fueron un informe de tintes clínicos de cuanto estaba por llegar a un mundo herido que veía cómo los cambios se movían más rápido que su habilidad para entenderlos.

Sus historias, sus personajes, eran espectadores de unas realidades que sólo eran posibles cuando se llegaban a comprender; disfrutadas o sufridas. Comunidades que se movían al margen de lo socialmente aceptable merodeaban por cuentos enfermos de libertad. En ese sentido, quizás Crash fue su obra definitiva.

Crónica orgánica de la colisión entre el futuro y la carne. Un grupo de gente se enfrenta a unas reglas que envejecieron hace siglos. Viven en el convencimiento de que sólo a través de los accidentes de coche puede expresarse una sexualidad que ya llega tarde en la búsqueda de nuevos horizontes.

El choque entre dos automóviles se convierte en metáfora explosiva del sexo completo. La violencia y el silencio. Se reúnen para representar accidentes famosos. Como orgías exhibicionistas orquestadas de antemano, un grupo mira cómo alguien expone su vida en busca de placer. El estruendo, la rotura, la confusión; el breve momento en que se desconocen las consecuencias de cuanto acaba de suceder.

Una suerte de combinación exuberante de sangre, fluidos, parabrisas desplomados hacia adentro y motores que revientan para morder. ¿Enfermizo? Desde luego; pero también la muestra de un futuro que llevaba tanto tiempo dormido que cuando nació, ya estaba a punto de morir. Siempre vi esta historia como un grito desesperado a la necesidad de las revoluciones; si éstas no se producen, acaban explotando ante nuestras narices, como accidentes inesperados.

David Cronemberg, otro tremendo poeta de la carne y el metal, adaptó el universo de Crash a la pantalla en 1996. Los resultados resultaron cuanto menos curiosos. El director encaminó la historia hacia sus propios intereses, creando una obra más fría, pero igualmente alucinada en su planteamiento. El gran profeta de la carne descubrió un mundo de hierro helado que procedía del fuego, amasijos de metal que pedían su rincón en la cama. Desde allí te miran con el deseo de quien se dispone a hacerte daño. La película fue un sonado escándalo; recuerdo cómo la gente abandonaba la sala; todavía hoy tengo la duda de si lo hacían por asco o por miedo a sí mismos.

Suele ocurrir con aquellos que nacieron dispuestos a hundir el dedo en la llaga. Ballard fue acusado de todo lo que se puede ser acusado. Desde fascista hasta terrorista; libertario, provocador vacío, inconsciente, peligroso, ateo, integrista, pesimista. En definitiva, ésa siempre fue su gran virtud, no atender a los nombres.

Quienes le conocieron, avisaban que se trataba de una persona tremendamente amable, calmada, muy educada y atenta; la paradoja final: él no era el lobo, sólo un cordero que nos enseñaba lo hambrientos que estábamos los demás.

Un homenaje

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Impresionante manera de describir y homenajear a Ballard. No sé si tuviste oportunidad de ver la exposición sobre él, en Barcelona, el año pasado; yo conocía su faceta de escritor, pero ahí descubrí un mundo nuevo e inmenso. Como siempre, quedo rendida ante tu sensibilidad y conocimiento de las personas que más me impresionaron.
Psyco, eres mi chico.

PSYCOMORO dijo...

Gracias. Lo cierto es que pensé en esa exposición pero no llegué a ir; toda una pena. Siempre tiendes a invertir tu tiempo en cosas que pasan demasiado rápido. Todo tuyo, Anónimo.

Ginebra dijo...

Pués muy interesante este post sobre el escritor enfrentado a su propia muerte. Me gustó, escribes muy bien. Besos

PSYCOMORO dijo...

Muchas gracias, Ginebra. Fue alguien enfrentado a muchas cosas y la muerte no podía ser menos. Desde la tranquilidad y el sosiego, un provocador incómodo e intenso; alguien a intentar imitar. Besos de vuelta.

Anónimo dijo...

Me siento muy cercana a todos tus gustos y me impresiona como escribes acerca de ellos porque dices cosas que he sentido, pensado o incluso soñado yo misma. Es muy interesante sentirse tan cerca de alguien que ni conoces, incluso mas que de gente con la que tratas o convives cada día. Es un placer visitarte, es muy excitante.

PSYCOMORO dijo...

Supongo que, en el fondo, sentirse cerca de alguien no es más que eso, poder acariciar cosas sobre las que no necesitas hablar; me alegro de que compartamos ese tipo de momentos. Resultar excitante es mucho más de lo que esperaba conseguir en este rincón alocado de escaso sentido. Gracias.