4 de septiembre de 2008

Blade Runner

En ocasiones suceden cosas extrañas. Recuerdo una época en que todos nos esforzábamos por aprender cuatro frases y repetirlas aunque no viniera demasiado a cuento. Eso ocurrió con el monólogo del replicante en el final de Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Era difícil encontrar un adolescente que no pudiera repetir aquello como si fuera un himno. En su momento, me pareció bastante raro y, aunque disfruté la película, decidí que aquella no era una secuencia tan especial. Volví a huir de lo popular para esconderme en la ceguera, mi patria preferida. Si actitudes como esa son síntomas de alguna enfermedad, tengo todos los números para padecerla.

Pero eso fue entonces. Ha pasado el tiempo y, como ya recogía Rosa Montero como experiencia personal en un artículo publicado para El País hace años, me han sucedido cosas que me han acercado a todo aquello, más bien que me han estampado contra todo aquello. Digamos que mi concepto de lo que es especial ha sufrido ciertos retoques.

Blade Runner fue una película incomprendida, incluso profusamente maltratada por la crítica en su estreno, pero supuso una apuesta reveladora por lanzar el cine negro tradicional a terrenos que combinaban la ciencia ficción hipotética y determinadas constantes filosóficas acerca del hombre, su destino y su profundo fracaso.

De todos los hallazgos de esta obra maestra, me quedo sin duda con la creación de esos seres profundamente rotos, ahogados en la precipitación hacia su propia muerte, que eran los replicantes. Seres perfectos que no estaban hechos para durar.

“La luz que brilla el doble, dura la mitad; y tú has brillado mucho, Roy”. De esa manera se justifica el dios creador ante su criatura, antes de que éste la haga estallar el cerebro entre sus manos mientras llora ante su propia soledad, en una secuencia que pone en imágenes la muerte de Dios niestzcheana en manos de su hombre, alguien que nunca pidió estar ahí.

Los replicantes sobreviven como juguetes de los hombres; juguetes para la muerte, para el sexo, para el trabajo. Sobreviven como esclavos que buscan entender por qué tienen que morir si nunca llegaron a vivir. Se enfrentan a su propia caducidad; se esconden en las calles, como evitando ser vistos por su propio destino, que los persigue como un lobo con ganas de masticar sueños.

Es en ese momento final, cuando el replicante se percata que está luchando con alguien de su especie que cree ser un humano, cuando todo cobra una trascendencia absoluta. Es escalofriante la mirada helada del replicante en el momento en que descubre que su contrincante es un ser imperfecto como él, que todavía no ha descubierto su condición.

Si le salva la vida es porque siente una profunda pena por él; también es porque se convierte en un último acto de rebelión y fuerza por unos principios que descansan en la mano con que lo alza, la misma que se acaba de destrozar para combatir la muerte. Dios ha muerto; viva el hombre.

Está decidido a explicarle que él también es un replicante (“¿Es duro vivir con miedo, verdad?”); pero su ignorancia parece compadecerle y cambia de idea.“He visto cosas que no creeríais” Le llama hombre para que siga viviendo lo poco que le queda disfrutando de su engaño, el error del alumno menos aventajado de una especie que está despareciendo.

El hermano que marcha da una última lección al rebelde que queda y empaña la pantalla con unas lágrimas que nadie que haya visto la película podrá olvidar; no llora ante su muerte, sino por haber descubierto qué vida deja tras de sí. Esos recuerdos que se van con la lluvia son mucho más que los momentos que relata, es la tristeza de hielo de quien hubiera preferido no existir.

Y allí queda el humano que nunca lo fue, intentando entender qué ha ocurrido. Sin saber que acaba de asistir a lo más cercano a su futuro que nunca podrá conocer, el futuro perdido de un huérfano que nunca fue nada más que la extraña pesadilla de una oveja eléctrica.


6 comentarios:

Anónimo dijo...

Es duro escribir algo sólo porque no puedo resistir que nadie comente nada sobre esta fantástica crítica/disección/punto de vista. A veces creo que prefiero leer tus ricas expresiones y conocer tu opinión sobre tan diversos temas que conocer realmente la película, el músico, el problema social... Sólo a veces... No quiero desmerecer el objeto de tus comentarios, pero aquí el interesante eres tú. Un beso Psyco

PSYCOMORO dijo...

Muchas gracias, pero te puedo asegurar que todo lo que soy o me gustaría ser sólo tiene sentido por la inspiración que me dan esos músicos, esas películas o, incluso, esos problemas que mencionas. No hay más mérito que abrir bien los ojos, el resto te lo traen los demás; podría decir que es de otra manera, pero no sería cierto. Ah, y gracias por el comentario: efectivamente estamos pasando una época fría en comentarios y es una pena porque hacen que este tonto capricho sea algo vivo. Tan sólo confío que no sea por aburrimiento !!!

Anónimo dijo...

Nadie ha pedido existir, pero existimos.
Roy "replicante" deja de serlo cuando salva a su perseguidor. Adquiere categoria de ser humano. El poco tiempo que le queda lo utiliza para salvar a otro ser humano, y es entonces cuando todo aquello que ha visto, su vida entera tiene un sentido, el sentido de la compasión por el otro. Es una vida digna.
El futuro del personaje del que queda, será el que el decida, su vida ya no queda condicionada. El sabrá si es replicante o no, eso ya no tiene importancia. Es lo que hagas con el tiempo... todos estamos igual. El que busca, el que pregunta, el que se ve en los ojos de otro ser humano, es el que empieza a abandonar el miedo, es tan duro vivir con miedo...

PSYCOMORO dijo...

Me gusta mucho lo que dices acerca de la vida de todos; sí, no deja de ser nada más que una metáfora de lo que todos tenemos que entender, que somos tan temporales como las decisiones que tomamos. Todos somos replicantes con una fecha de caducidad.

No pienso que se vuelva humano sintiendo compasión, creo precisamente que trasciende al ser humano cuando es capaz de sentirla. Se demuestra a sí mismo que vale mucho más que aquellos que lo han perseguido; digamos que, después de haber matado a dios, acaba con la raza humana, cuando le demuestra que una máquina puede hacer aquello que quien la creó no puede ni soñar.

En la búsqueda de un imposible, encuentra la razón de su tragedia: vivimos en un mundo tan cruel como peligrosamente inconsciente de las pequeñas existencias. Traslada la imagen del replicante a la de un inmigrante que confía haber llegado al paraíso de las oportunidades y se topa con la injusta realidad; creo que ese es el sentido final de esa frase; "Es duro vivir con miedo, ¿no?, eso significa ser un esclavo".

En ocasiones me conformo pensando que todos nos sentiremos así alguna vez para entender lo que quiere decir, incluso aquellos que piensan haber nacido para entregarse a la Tyrell Corporation; otras veces, intento que sean las menos, me entristece ver lo poco que pensamos en esos seres metálicos que caminan bajo la lluvia en busca de respuestas que nosotros ni nos hemos llegado a plantear.

Anónimo dijo...

Vuelvo de vacaciones y me encuentro con dos posts que me encantan. Mi película preferida de siempre, Apocalipsis Now, me encanta tu reflexión y como escribes y como dices las cosas.... Y Blade Runner, siempre supe desde pequeña que Deckard era uno de ellos, lo supe siempre, no me preguntes por qué. Lo que dices extremece, montaraz, vale la pena volver de vacacione para leerte, de verdad.

PSYCOMORO dijo...

Vaya, así me gusta, un retorno con fuerzas e implacable. Gracias, como siempre. Y me alegro de que coincidamos en los gustos. Todos somos un poco Deckard; espetadores superados por las circunstancias.