Allí, en ese lejano paraíso de las neurosis colectivas en que se ha convertido nuestra manera de ver las cosas. Es el único lugar donde podemos llegar a entender por qué la guerra ya no es algo que exista de una manera cierta, al menos más allá de los pasillos enfermos de esa feria decadente en que se ha convertido la política internacional y donde la nueva atracción se llama asesinato preventivo.
La historia marca cada día las puertas que ya hemos usado; supongo que también cierra aquellas que hemos evitado. La entrada a la guerra está entornada, casi cerrada, como si escondiera a dos amantes que no quieren ser vistos pero que necesitan respirar para no olvidar cómo llegaron a esa habitación. Me he despertado asomándome a ese umbral esta mañana; estoy seguro de que he soñado con Apocalypse Now
Francis Ford Coppola hizo algo más que rodar la que posiblemente sea la película perfecta; se asomó a ese hueco y descubrió que, aunque nos hubiera gustado que fuera así, allí dentro no había dos jóvenes follando que huían de nuestra necesidad de mirar; no. Lo que descubre esa habitación, una vez empujas la puerta y permites que las luces hagan su trabajo, es el más profundo de los horrores, la seguridad de que todo había estado enfermando lejos de nuestra conciencia, la evidencia de que ya es demasiado tarde para intentar curarnos.
Esa historia siempre vuelve a mí. Cuando llevo un tiempo sin visitarla y pensando que por fin me he librado de ella, una noche cualquiera vuelve a poseerme, con más hambre que nunca. Estoy seguro de que eso es así porque no es una historia con un único destino. Cuando se presenta ante mí, no se parece en nada a quien había sido; es todo novedad y mi cama es demasiado grande.
El viaje que emprende el capitán Willard es un paso más dentro de aquella oscura estancia y lo que le enseñan las sombras es que lleva mucho tiempo muerto. Siguiendo ese río que huele a sangre y a recuerdos que revientan con el paso de su barcaza, consigue entender que la guerra ya nos ha matado a todos; llevamos siglos naciendo sin nombre.
El coronel Kurtz lo espera al final de esas aguas; un dios que ha conseguido olvidarse de la guerra, y sólo ha logrado a través del terror. Una especie de leviathán que se ha devorado a sí mismo y sobrevive vomitando sus propios temores con la seguridad de haber sembrado tanto mal, que ni el peor de los infiernos sería un hogar suficiente para él.
Lo realmente impresionante de la historia es cómo la realidad que ha dibujado el viaje se va transformando en colores y formas hacia algo totalmente irreconciliable, un teatro de fuego que no cabe en tus ojos; un mundo lleno de tantos rincones que ha olvidado incluso dónde está. No es la selva, es la mente del coronel, que ha tomado conciencia de clase y ha exigido su propio destino. Y ese espacio no es otro que la razón que esconde la locura de la guerra: todos cumplimos órdenes.
Kurtz es la guerra reducida a su estado básico. El final de todas las misiones; la estupidez de cualquier estrategia; el vacío de todos los motivos; el placer apretando un gatillo; una cabeza que explota. Él es el espejo en que no nos queremos mirar. Willard mira y el abismo le devuelve la imagen de sí mismo. La imagen que no debía estar ahí.
Esa es realmente la razón por la cual decide matar al coronel: no soporta ver en qué nos hemos convertido. La imagen del espejo que sencillamente nunca no debía haber estado ahí. La muerte está aquí y huele profundamente a napalm y piel quemada.
Nunca podré arrancar de mi memoria esa última media hora, cuando todo se muestra tal y como siempre había sido. Los dos militares se miran y descubren que no hay nada que hacer, que todo se acabó hace mucho tiempo. Ése es el fin.
Cada vez que sueño con la película, me encuentro a mí mismo desesperado, inquieto, viendo esas últimas imágenes, esperando que haya un siguiente fotograma que me libre de la locura. Pero lo único que acude son aquellos acordes de The Doors. Me siento junto a esos dos hombres cansados de vivir y empezamos a repartir una papaya. Desde luego, es el fin.
2 comentarios:
No sé si comentar tu escrito, las guerras o la película. Pongámoslo fácil: Apocaypse Now es una obra maestra en la que Coppola nos da una lección sobre cómo debe dirigirse un film y cómo abordar el miedo y el desconsuelo de una sociedad que todavía hoy no ha superado el horror. Pura poesía escalofriante.
Creo que, tras ella, sólo puede equiparase la fantástica “The thin red line” donde, en mi opinión, Sean Penn y Nick Nolte están soberbios.
Ésa es otra obra maestra del desconsuelo ante el horror. Los recuerdos del soldado que sabe que va a morir por nada, intentando aliarse con lo que había sido su vida para olvidar que ya no quedan amaneceres para él. Es una película muy dura, profundamente triste, pero rabiosamente necesaria. Estas historias demuestran que el cine es algo más que imágenes; es un cofre donde se esconden nuestros mejores recuerdos, justo al lado de nuestras peores pesadillas, aquellas que sencillamente no podemos olvidar si queremos que la Historia no nos devore en su repetición. Gracias a gente como la que se implica en estas películas, me levanto por la mañana seguro de que, si les ayudamos, todo es posible.
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