Portishead nacieron a mediados de los noventa; mientras el grunge se percataba de que sus pasos estaban contados de antemano, en Inglaterra aparecieron algunos grupos que encontraron en la música electrónica, el blues y la influencia de la inmigración jamaicana la combinación definitiva para escribir los renglones de algo nuevo en el panorama musical.
Los incombustibles críticos musicales se sacaron otra etiqueta de su absurdo bolsillo sin fin y le llamaron "Trip Hop", una especie de downtempo que deformaba el hip hop y el reggae hasta llevarlos al eterno seductor terreno del jazz, pero sin perder de vista que los clubs de baile debían ser su hogar definitivo; soy de esos que piensan que todavía hay lugares donde los músicos investigan para hacer bailar a la gente.
Muchos pasaron por ahí. Massive Attack, Tricky, Morcheeba. Pero quizás fueron Portishead los que mejor forzaron los límites de un estilo del que todos ellos renegaban, pero que acabo marcando una forma colectiva de alojarse en el rincón más oscuro de la habitación, en el altillo de una casa que no pertenecía a este mundo. Allí, entendieron que el sentido del ritmo radica precisamente en no parar a observarse, sino en buscar nuevas palabras para cerrar el verso que no nos ha dejado pegar ojo.
Portishead hizo dos discos importantes Dummy (1994) y Portishead (1997), donde demostraban que su discurso excedía las señales de recorrido que estaban impuestas y que podían trazar destinos sonoros mucho más poliédricos de lo que podía intuirse. A pesar de ello y como el negocio de la música hace décadas que no entiende lo que es el futuro, su carrera acabó entonces, aunque nunca llegó a hablarse de una ruptura definitiva.
Su cantante, Beth Gibbons, ha publicado trabajos en solitario que han seguido la estela del grupo de una manera muy interesante, extendiendo aquel camino a medio recorrer. Pero este año ha ocurrido lo que ya nadie esperaba. Portishead a publicado su tercer disco; habían pasado once años.
Por supuesto, sobre el papel parecía una reunión más, terreno abonado para que la crítica musical les recomendara que volvieran cada uno a su casa porque su momento definitivamente había pasado. La sorpresa, o no tanto, es que se han sacado de la manga probablemente el mejor disco que se ha publicado en lo que llevamos de año.
Third es un trabajo complejo, arriesgado y, bajo mi punto de vista, muy superior a su dos primeros discos. Sonoridades abstractas, melodías que retumban en sacos de pasto húmedo, baterías nerviosas que quieren romper el pie que ha olvidado cómo bailar.
Podían haber seguido la senda de sus primeros trabajos, aprovechando la línea que tan bien había dibujado en estos años su cantante, pero no, lo que han hecho es lanzarse al vacío, reinventando un sonido que todavía tenía cosas que decir, pero al que ya le habían descubierto los trucos demasiadas veces.
De alguna manera, parecen haber descubierto que caminar mirando al frente no tiene por qué ser un acto de vanidad, si antes has recorrido miles de millas sin más compañía que tu próximo paso, aprendiendo a estar solo. Han llegado a un destino, se han sentado y nos convocan a observar cómo el futuro nace de nuevo.
Roads, o cómo la voz de Beth Gibbons puede hacer llorar al cristal... cuánta belleza.
Otro clásico, Glory Box.
Y una de las nuevas maravillas, Magic Doors.
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4 comentarios:
Roads es la mejor canción que he oido en mi vida, puedo escucharla mil veces y se me sigue poniendo la piel de gallina. Que mujer y que grupo.
Es una canción muy especial; parece estar reposando en un hilo de metal que no va aguantar mucho más. Sabes que te vas a cortar pero no tienes dónde ir.
Un grupo diferente, con carácter y talento que se reinventa en cada ocasión. Una pena que nos hayan tenido tanto tiempo olvidados... Volverlos a descubrir es una gozada!
Es lo que tienen las buenas cosas, cuando vuelven te hacen sentir como si nunca se hubieran tenido que ir. Confíemos en que la próxima marcha no sea tan larga, no nos podemos permitir que anden lejos demasiado tiempo.
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