En ocasiones el corazón necesita un ritmo que viene del exterior, algo que permite que la sangre se encarame hasta tu siguiente aliento. No ocurre siempre, pero cuando sucede, tienes que acudir rápidamente a por esa medicina, si quieres dar un paso más. Así siento el Blues. Como el canto triste que consigue hacerte sentir feliz por seguir vivo. Creo que esa definición es de Bart Simpson; me encanta citar a gente que no suele equivocarse.
Encajado en la tradición de la música africana que trajeron los esclavos con los que apuñalaron a la historia americana, el Blues nace desde el miedo que sólo alguien que no sabe si llegara a mañana puede sentir. Trabajaban para quien podía matarles y cantaban para olvidar que no vivirían demasiado. No podía ser una música alegre pero, desde el último rincón que transita quien se niega a acostarse con miedo, era un canto que intentaba desgarrar las manchadas cortinas que envolvían el destino.
Desde aquel origen herido, la música ha ido moviéndose, filtrándose en la tierra del paso del tiempo y los malos recuerdos, tejiendo una nueva cosecha; algo creció de aquellos duros momentos, algo cercano al convencimiento de que la música era algo más que una expresión cultural. Ese algo es la revolución que implica el cantar sobre los cambios que están por venir, es Woody Guthrie con su máquina que mataba fascistas, es Dylan con sus poesías de desenlace imperfecto, es Miles Davis destripando armonía y reinventando estructura, es James Brown haciendo bailar al diablo. Y detrás de todo eso un río negro que arrastra cualquier cambio en la música desde principios del siglo XX. Es el Blues. Alguien dijo de él que eran cuarto acordes que habían cambiado el mundo; no se equivocaba.
Es toda una experiencia concentrarse y seguir sus trazos en canciones de todo tipo; esos cambios de entonación, esas melodías que caen precisas sobre la tristeza, es entonces cuando emerge ese líquido negro que tiñe todo de importancia. Nos sorprendería saber que la gran mayoría de los músicos sienten el Blues como algo desde lo que construir. Incluso el Jazz no deja de ser una maravilla juguetona que se divierte rindiendo pleitesía al origen del ritmo.
Soy consciente de que podríamos haber escogido a cientos de músicos importantes, tradicionales del Blues que vendieron su alma al demonio para tocar una música que sólo podía entenderse mirándola desde el infierno. Robert Johnson, Skip James, John Lee Hooker, Bessie Smith. La lista sería inacabable y siempre nos dejaríamos a alguien mejor que los citados.
Pero he escogido a alguien que tomó esas raíces y las conectó a la corriente, a muchos voltios; a alguien que marcó un punto y final en el desarrollo que un músico podía sacar de una guitarra, no porque no hayan habido guitarristas mejores que él, que seguramente los ha habido, sino porque nadie ha vuelto a tocar como él lo hico. He escogido a Jimi Hendrix; hijo de un hombre negro y una mujer cherokee, su metabolismo llevaba el esclavismo fundido a su razón de ser. Esa fue una de las razones por las que entendió el Blues como pocos. Esa fue una de las razones por las que incrustó para siempre esa música en la historia. Y su diosa fue la electricidad.
Músico inabarcable en sus aportaciones, verdadero prestidigitador de las cuerdas, Hendrix tocó lo que otros habían tocado como nadie lo había tocado antes. Genio sin prejuicios que miraba hacia el futuro por encima de las expectativas más febriles de su generación. Nació sabiendo cosas que los músicos de su generación no se atrevían a soñar. El esfuerzo fue tal que no pudo pasar de los veintisiete años; supongo que ya lo había hecho todo.
Red House
y, por qué no, Hey Joe, con Hendrix fuera de sí... ¿cómo tocaría si la guitarra descansara en su sitio?..
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3 comentarios:
Me encanta el blues, me impresiona Jimi, pero no dejo de maravillarme por tu manera de escribir, Montaraz. Beso
Hola Fantomas, he visitado tu blog. Me ha gustado, muy nostálgico con una época musical que está creciendo como irrepetible. Gracias.
Muchas gracias, Ana, tú sigue siendo así de amable; cada día me cuesta menos escuchar cosas bonitas. Otro de vuelta.
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