23 de septiembre de 2011

Jackie en Abu Dhabi

Los primeros síntomas que avisan del sentimiento de admiración son pequeñas explosiones de locura, actos de abandono que recibimos emocionados como niños para después olvidarlos como adultos que nunca madurarán del todo. Pasamos página rápidamente sobre aquello que en su momento nos resultó imprescindible, dejando que el tiempo nos devuelva el estado natural de las cosas, como si eso tuviera algún sentido. Miramos hacia el pasado y nos reconocemos novatos, inexpertos ante trucos de magia que ya no se cree nadie; sonreímos con superioridad fingida, nos giramos y volvemos a equivocarnos.

Quizás hubo un tiempo en que las mujeres tuvieron la oportunidad de cambiar este mundo aletargado, dormido sobre esbozos mal trazados por millones de hombres que han ido dejándose caer por aquí con gestos cada vez más aburridos, apáticos arquitectos de nada. Hubo un tiempo en el que existió un género que tomó conciencia de clase; millones de mujeres descubrieron que el poder era una farsa, un premio al alcance de cualquiera.

Quizás el cambio más importante al que asistió el siglo XX fue el que protagonizaron sus mujeres. Se transformó radicalmente lo que significaba no ser un hombre; todo sucedió con una velocidad inédita en la historia. Se luchó por derechos impensables tan sólo décadas antes; la revolución sexual asesinaba por fin la veneración al macho, lo afloraba como un puro manojo de limitaciones, el inservible catálogo de impotencias infantiles que siempre ha sido. Y la mujer avanzaba como el hombre no había sido capaz de hacer durante una eternidad de oportunidades perdidas.


El dolor, la lucha, el sacrificio; todo parecía cobrar sentido cuando la ciencia dejaba de ser una cosa de hombres, cuando la política se vio obligada a escuchar a las mujeres para seguir existiendo. La poesía dejo de hablar de lo bonito que era el amor para detallar el gesto de quien no necesita ser querido. Y todo sucedió en no más de siete décadas, como una fugaz tempestad que arrasaba con todo a su paso; convivió con crisis, guerras y locuras sin retorno, generaciones de mujeres luchadoras sobrevivieron a todo lo que hubiera aniquilado a ejércitos enteros, escribiendo con orgullo una historia que por fin iba a rimar con femenino.

Hubo un tiempo en que las mujeres tuvieron la oportunidad de prender fuego a una herencia infecciosa; en aquellos días, todo parecía posible pero algo falló. Quizás nos equivocamos con nuestros líderes, quizás copiamos a quien no debíamos y creímos historias escritas por niños armados con granadas y cuchillos mayores que sus cabezas. Quizás fue el cansancio de tanta lucha, el terror al último asalto.

Nos convencieron a todos de que la lucha era algo antiguo, pasado de moda; un ejercicio irresponsable e innecesario que nos enfrentaba con nuestras tradiciones más intocables, que traicionaba tantos años de cruces, corsés y derechos de pernada.

Y la sociedad inventó con los restos de la chistera un perfil de mujer aparentemente moderna, cuya máxima aspiración sería casarse de blanco inmaculado con un apuesto individuo que la protegería de todas las alimañas del bosque, el perfecto profeta de un pasado que habíamos superado. Y con la misma velocidad que habíamos conseguido las cosas, las echamos a perder.


Mujeres que habían escalado con manos desnudas la injusta colina de la esperanza se dejaron atrapar por redes que no las merecían. La misma civilización que las había esclavizado en el pasado rediseñó aquellas mismas cadenas y las disfrazó de lujo, moda, revistas femeninas, ramos cayendo del cielo y prostitutas con la imposible sonrisa de Julia Roberts. Lo que parecía una broma se convirtió en la peor de las trampas, la misma que nos ha llevado a creer que el colmo de la independencia es reunirse con unas amigas ruidosas y viajar a Abu Dhabi para rodearse de ricos pretendientes y lucir modelitos carísimos; todo muy inocente, sí señor. Y nos colocamos de nuevo en la casilla de salida.


Pensaba en todo eso cuando leía las divertidas noticias que han desfilado en la prensa a causa de la próxima publicación de unas cintas grabadas por el historiador Arthur M. Schlesinger Jr. y que recogían ocho horas de sus conversaciones con Jackie Kennedy, meses después del asesinato de su marido en Dallas. Parece ser que su propia hija ha decidido que la conmemoración de los cincuenta años del inicio del mandato de su padre era una excusa ideal para desvelar al mundo la personalidad de su madre.

Jackie Kennedy siempre ha sido un lujoso icono de la elegancia; así, escrito, resulta todavía más cómico que si te paras a pensarlo. Icono y elegancia, dos duendes traviesos. Nacemos hambrientos de referencias; primero son nuestros padres y los dibujos animados; después los matones de la clase y demás triunfadores. Durante toda la vida buscamos fuera de nosotros evidencias de nuestras limitaciones, el contraste que justifica la envidia y, de paso, nos condena a no cambiar. Por eso, nos dejamos embriagar por aquellas imágenes que sugieren lo que nunca seremos; la magnética estridencia del exceso.

Sólo hace falta repasar animadamente las opiniones de la señora de Kennedy acerca del papel de las mujeres en la sociedad o su alucinada lectura acerca de Martin Luther King para comprender que tomaron el timón de la nave las manos equivocadas. Si alguien con esa visión de la vida es digna de ser admirada por medio planeta, algo no funciona.


Me pongo en la piel de las muchas mujeres que siguen pensando que un mundo diferente al diseñado por los hombres es posible y veo pasar el tiempo demasiado deprisa. Debo ser el alumno más impaciente de una clase que debería arder en cualquier momento, incendiada por todas vosotras; os debo todo lo que sé. Me ofrezco como escaso combustible a cambio de me regaléis alguna lección más.

Aunque mis formas cansadas y plomizas no me acompañan, soy un enfermo desquiciado por un optimismo incoherente, un delirio que cree que el cambio es la más dulce de las tentaciones; una vez lo pruebas, no tardas en repetir. Ahora ya sabemos qué tenemos que hacer y cómo podemos hacerlo. Que empiece la diversión.


http://www.elpais.com/articulo/opinion/esposa/tradicional/elpepiopi/20110918elpepiopi_1/Tes

http://es.wikipedia.org/wiki/Nancy_Fraser

http://es.wikipedia.org/wiki/Betty_Friedan

http://www.elperiodico.com/es/noticias/economia/una-empresa-considera-que-cuidar-hijo-cosa-mujeres-1156885

12 comentarios:

Ginebra dijo...

¡Menudo post-reflexión!. Tengo que felicitarte, Psyco, ya que no puedo darte dos besos físicos:)
Avances respecto al papel que debe desempeñar la mujer ha habido, en la práctica, menos de los que debería.
Anestesiadas nos tienen con la moda y otras chorradas, como a vosotros. Creo que en ese sentido nos han engañado a ambos sexos, aunque quizá la mujer está más predispuesta a dejarse engañar por ese papel que la sociedad parace haberla reservado.
Lo mejor es huir de etiquetas y , en este caso, de Abu Dhabi:).

Besos

Ana dijo...

Siempre tocas las teclas más complicadas, Montaraz. No hablas del machismo evidente, no defiendes a las mujeres porque si. No. Nos llamas a luchar por lo nuestro. No sabes cuanta razón tienes y el daño que nos hacemos a nosotras mismas creyéndonos toda esa mierda. Y encima no puedes decirlo porque pareces de otro planeta. Te agradezco el escrito y lo comparto de arriba a abajo pero no pienso utilizarte como combustible. Las referencias a la pallasada de Pretty Woman y a las histéricas de Sex in the City son sublimes; cuanta tontería, así somos las mujeres? Qué horror. Como siempre me tienes a tus pies. Ana.

PSYCOMORO dijo...

Totalmente de acuerdo, Ginebra, la anestesia se reparte a ambos lados, pero creo que en los hombres la malgastan, no creo que tengamos posibilidad de escape; hemos tenido demasiadas oportunidades y hemos fallado siempre. Sigo confiando en un futuro donde las mujeres tomen la iniciativa y se despeguen de esas etiquetas que las encadenan pero no deja de quedarme un cierto poso de nostalgia porque se ha perdido un tiempo precioso entre las páginas del Cosmopolitan; extraños signos, lo de estos tiempos. Besos muy físicos.

PSYCOMORO dijo...

Gracias, Ana. Muchas veces me planteo si no le doy demasiadas vueltas a cosas inocentes, pero ayuda saber que algunas mujeres también son sensibles a los rastros que deja la ese machismo tremendo que impregna historias donde el máximo éxito de cualquier mujer se reduce a conseguir al hombre. No creo que las mujeres seas así, pero está claro que se ha comprado una caricatura algo más peligrosa de lo que parece indicar su brillante papel de regalo. Besos.

¿A mí qué? dijo...

Creo que la lucha de sexos es una mentira más. La lucha siempre ha sido entre mujeres con maneras muy distintas de ver la vida. Mujeres dominantes que buscaban en el hombre una marioneta a quien manejar sin que él lo note. Él les proporcina dinero, situación social ... Aquellas otras que quieren un igual con quien compartir el cada día, ser ellas, sin tener que decirles lo que ellos quieren oír si no lo que ellas sienten. Compartir trabajo, casa, hijos, diversiones, tristezas y gozos. Pero a ellos les gustan más las que les mienten, las que los necesitan... Detrás de cada hombre siempre, siempre hay una mujer y según sea ella así es él. El sexo fuerte, siempre la mujer y el debil el hombre. ¿Por qué se vende lo contrario? Adivina...

PSYCOMORO dijo...

Interesante reflexión, Y a mi qué. Quizás la única lucha que exista sea la que mantienen las mujeres para asumir que el único cambio posible es el que se arranque en sus manos apretadas por el paso del tiempo. Maquillando los estereotipos, retrasamos su extinción; quizás sólo estemos pidiendo un poco de aire para dar el salto definitivo. Quién sabe.

La sonrisa de Hiperion dijo...

Creo en un hombre igual a la mujer. Aunque la realidad lo desmienta. Aunque los duros de años... nos hagan pensar lo contrario.

Saludos y un abrazo.

virgi dijo...

Pa' mujeres, las que les han dado el Nóbel (bueno, si los medios no nos tienen mas mediatizados de lo que ya estamos, cosa harto sabida, por otro lado).
No he leído nada de lo que comentas, he estado con una mujer ejemplar de la que cada día aprendo algo nuevo. Espartana y coqueta al mismo tiempo, fuerte y sensible, personal y práctica al máximo. Mi madre.
Volveré con más tiempo.
Eres un cofre de sabiduría y un lujo visitarte.

PSYCOMORO dijo...

Quizás el tiempo te dé la razón, Antonio. Hoy parecemos empeñados en que lo que ha cambiado pierda su sentido; anclados a un pasado que menosprecia las soluciones. Veremos qué somos capaces de conseguir, veremos. Un abrazo.

PSYCOMORO dijo...

Hola, Virgi. Sí, quizás en esas mujeres ocultas, que luchan lejos de las comodidades de un Occidente cansado de soñar, se esconda la esperanza. Recuerdan a aquellas heroinas que luchaban desde nada, por todo, ajenas a las luces que hoy parecen paralizar a toda una generación enganchada a la evidencia. Un beso para tu madre; los destellos de la esperanza se esconden en los ejemplos como ella; y como tú, Virgi.

Anónimo dijo...

Impresionante escrito. Leerlo de nuevo me ha provocado una extraña mezcla de tristeza y de esperanza. Cuánta verdad cuando nos dices que no hemos sabido aprovechar la oportunidad histórica que se nos ha brindado; lo hemos tenido más al alcance que nunca y no hemos sido capaces de conseguirlo ... quizás porque no hemos querido.

Curiosa cosa esta del género. En muchas ocasiones me he sentido más identificada con un champiñón que con otras mujeres, pero la disidencia no vende y en el mejor de los casos te califican de esnob. Ojito con seguir venerando la tradición cuando muchas veces tiene cuernos y rabo.

Y hablando de mujeres y de vender, ya les vale a los del País con el nuevo suplemento para mujeres: moda, moda, tópicos y más moda; supongo que no hemos sido capaces de demostrar que podemos ser otra cosa.

Un placer indescriptible leerte y tenerte afiliado nuetra causa ¿perdida?

Un beso especial.

PSYCOMORO dijo...

Hola, Anónimo. Muchas gracias por tus palabras. En ocasiones, perder oportunidades también es descubrirlas, ser conscientes de que construímos nuestro futuro. Totalmente de acuerdo con tu opinión acerca del supuesto giro femenino de El País; súmale las páginas dedicadas a la vida de los famosos del sábado y tendrás la película completa.

Quedan muchas cosas por hacer, sí, pero ya no podemos escudarnos en la ignorancia, es sumisión al peso de una tradición que nos impide caminar. Y caminar es muy fácil, demasiado como para dar una causa por perdida. Un beso.