11 de diciembre de 2007

El puerto

Entonces las cosas se torcieron,
olvidaron el aroma del quicio;
todas mis estúpidas melodías de sal
se partieron entre motivos y colores.

No sé si también recuerdas todo aquello,
mi nombre aprendió a no importar;
tú y yo perdidos, mientras llegábamos.
Pienso en eso con veneno en mis labios,
fuego columpiándose de este a oeste,
intentando vestir mi suave sonrisa
con prietos trapos de letra y sangre.
Ya no cuento los pasos que no dimos,
sólo la leve brisa de cuanto imaginamos,

atados a las pocas palabras que quedaban
en los amarres de aquel último puerto;
parecía querer morir de nuevo, el pobre,
reventado por los dientes de los barcos que
simplemente decidieron no llegar nunca.
He soñado que volvíamos a estar allí,
con los pies desparramados en el vacío,
jugando con sus sombras en el agua.
Nunca he vuelto a despertar del todo
y así va a seguir mi memoria de papel,
jugando con esos extraños momentos,
segura de que todos tenemos derecho
a que el puerto de nuestros recuerdos
se alce en los rincones de su orgullo y
entienda por fin que no hay más secreto

que el que esconde nuestra historia,
que nadie espera el retorno
de algo que nunca quiso partir.
Siéntate a mi lado, apóyate en mi codo,
entre mi sonrisa y el orden de las cosas.
Sería una pena parpadear ahora y
perdernos nuestro mejor atardecer.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

te lo advertí!!!!! deja de jugar con el absenta, hay sueños que más vale no despertar!!!!

muy bueno

PSYCOMORO dijo...

La absenta? Si esa fuera la solución, me hubiera entregado hace tiempo a ella. El problema es que no recuerdo qué significaba estar despierto...

Muchas gracias