19 de agosto de 2010

Nadie (y 4)

Entró y cerró la puerta tras de sí. Dejó la fotografía sobre el mueble de la entrada; junto al resto. Su padre las revisó, expuestas como testimonios desordenados de una época extinta, anomalías dentro de un sistema empeñado en no existir.

Estuvieron unos segundos mirándose, repasando lo que el tiempo había conseguido hacer con el recuerdo que tenía el uno del otro. Sonreían mientras intentaban acercar las piezas del rompecabezas en que se estaba convirtiendo aquel momento. Se sentaron; el padre en el reposapiés, el hijo en el sofá del anciano.

- Casi no recordaba tu olor
- ¿Y a qué huelo, papá?
- A un niño que vuelve de jugar.
- ¿Siempre he olido así?

- Nunca has olido a ninguna otra cosa, pero siempre es diferente. Supongo que nunca consigues acostumbrarte a las cosas que deseas.

El hijo le miraba con gesto agotado, sobrecogido por el ritmo de la sangre mientras recuperaba los rincones humanos que todavía quedaban en el espectro de su metabolismo. Pensó en cómo el pasado se inventa cada día nuevos motivos para que pierdas la cordura.

- No lo conseguimos, papá-. Se detuvo y lanzó su mirada a unos cuadros colgados de manera desordenada en la pared. Parecían grandes insectos paralizados en su camino hacia el techo, asustados ante el final de un camino que había resultado más breve de lo planeado.

– Sé que no descubro nada que no supieras pero necesitaba comprobar a qué sabían esas palabras.

El anciano callaba.

- Me siento como si no hubiera sucedido nada; todo parece estar a punto de empezar de nuevo. Soy un crío que nunca aprenderá a atarse los zapatos–. Tomó aire mientras perdía dos segundos descifrando la sonrisa que se había instalado en los labios arrugados del hombre viejo que había sido su padre. Continuó hablando.

- Los vivos nos dieron la espalda; nos quedamos solos con todas aquellas historias en las manos, sin motivos para explicarlas. Llegó un momento en que dejé de buscar justicia para dedicarme a algo totalmente distinto. Empecé a pensar en mí mismo, en toda esa realidad perdiendo su sentido a mi alrededor. Nadie quiso escuchar lo que había pasado y el tiempo se desbocó como un caballo perturbado por la ignorancia. Nos olvidaron. Os olvidaron, a ti y a mamá. Y con vosotros, al resto. Aquella soledad me arrojó a vivir entre las sombras de los que no dejan huella. Ni recuerdo el momento en que me rendí.

- Quizás porque nunca lo hiciste.

- Sólo los fantasmas seguían luchando, con esos murmullos ahogados, tintineos diseñados para la locura, buscando su lugar en un mundo incomprensible. Hice con ellos una causa común sin destino y acabaron entregándome algo más que una victoria que no podía suceder; me descubrieron a mi propia madre, mientras morían sin llegar a ningún sitio. Ver a esos seres luchar contra su propia extinción, con la foto de mamá en su poder, ofreciéndole sus últimos pasos, después de ser derrotados mil veces. Resultaba tan triste cómo se abandonaban al olvido, cómo desparecían sus historias con ellos, mientras todo cuanto querían hacer en esos instantes era compartirlos con alguien llegado de un pasado común, en un espacio que había dejado de importar a nadie. Viéndoles caer, entendí el sentido de vuestra lucha, el dolor de sentirse abandonado. Envejecí.


El padre tuvo la seguridad de que su hijo no había venido para nada que él pudiera solucionar pero conocía el sonido de la tristeza cuando estaba a punto de transformarse en algo diferente.

- Fue injusto que te metiéramos en todo aquello. No es una nueva derrota porque nunca llegó a haber una batalla. Sólo nos han dejado morir de nuevo. Cuando todo pudo haber cambiado, cuando el maestro de aquel circo se fue al infierno, fui el primero en dejarme engañar por los disfraces de una nueva justicia, pero él nunca estuvo solo; su muerte sólo fue una puerta abierta en un pasillo lleno de cerraduras trabadas por el silencio. Estaba toda aquella gente; supongo que eso es a lo que llamamos sociedad. Duele no resultar conveniente, pero supongo es peor no haberlo intentado. Fue bello pensar que tuvimos una oportunidad, aunque nunca existiera. El paso del tiempo se está plegando sobre todo lo que pasó; quizás es el momento de dejarlo; es agotador caminar en círculos; el aire se agota. Nadie puede negarte el derecho a seguir viviendo.

Mientras escuchaba a su padre, prestó atención a las luces que traía el sol del amanecer; esas tímidas heridas que se desplazaban lentamente por las paredes, cicatrizando con sombras su camino hacia el deshielo, deslizándose por el papel pintado, que recibía aquellas caricias de dolor como si fuera su primera vez. Quizás, después de todo, lo era.

- ¿Y qué queda después de abandonar, papá? Quedan muchos de ellos vagando, esperando ser alguien en el recuerdo; parecen pendientes de entierro, pero sin fuerza para reclamar su funeral. Los veo escabullirse invisibles entre la gente. Incluso algunos de ellos todavía gesticulan como niños ignorados, intentando llamar la atención de quien les rodea. Pero nadie mira.

- La gente prefiere dejar pasar el tiempo y olvidar; no nos deben nada. La mayoría de ellos no habían nacido cuando tu madre y yo vivimos todo aquello. La opresión, las armas, el miedo; aquellas formas de muerte parecen algo inoportuno para la necesidad de vivir tranquilos. Incluso aquellas detenciones y la tortura parecen horrores imposibles. Pero tu madre y yo estuvimos allí. Y ella luchó como nadie. Sé que merecía mucho más de lo que tuvo pero no he sabido cómo dárselo. Quizás bastaría con escuchar su nombre en boca de otro. Oír sólo una vez los nombres de todos los huidos, de todos aquellos a los que no pudimos ayudar; no sabemos ni dónde los abandonaron.

Escuchaba aquellas historias, reflejos vivos de lo que el tiempo puede hacer con los que ya no pueden gritar. Sintió pena por todos ellos, por la extraña manera como suceden las cosas cuando jugamos a pasar páginas que nadie ha escrito todavía.

- ¿Cómo está mamá?

- Como siempre. Sigue con esa sonrisa contagiosa; incluso cuando los trae aquí para que no se marchen solos, acariciando su pelo mientras ingresan en el olvido, no pierde ese gesto que te recuerda que todo valió la pena. La ves allí, sentada sobre la alfombra con la cabeza del último sobre sus rodillas, esperando que suceda. Nunca piensa en ella, no le importa saber que algún día ocupará ese vacío lugar reservado a los que escapan de la memoria. Quiero pensar que esta vez nos iremos juntos; esta vez sí.

- ¿Crees que podré verle?

- Sabes que no. Le entristece recordar que tú sigues ahí fuera; si estuviera aquí, te exigiría que lo dejaras. Supongo que por eso no quiere verte. Nunca resulta fácil hacer lo correcto.

- Os echo de menos. Es extraño pero sueño con aquellos tiempos tan difíciles como los únicos que tuvieron algún sentido. Fue duro; lo ha sido, pero tuvo un sentido. Después vendieron la justicia como si nunca hubiera tenido ningún valor. Olvidaron para instalarse en un futuro luminoso; pero esa luz abrasa, papá.

- Quedan pocas cosas que puedan ser de otra manera, hijo. Sólo podemos acompañar a esos espectros olvidados en su resistencia a desaparecer; hacerles ver que todavía quedará alguien cuando ellos marchen.

- No importa el lugar, todos quieren morir en brazos de mamá; se ha convertido en una leyenda entre susurros que no viven. Llevan esa fotografía como una señal de un futuro que acude a desvelarles que algo bueno todavía puede suceder. Y lo ven como el único premio a su largo tránsito hacia el olvido. Cuando no llegan pierden lo único que podían tener. Han desaparecido tantos en mis brazos, sin probar su destino.

- Tú también eras su destino. Eras la muestra de que nadie puede esconder al pasado para siempre. Ya nadie volverá a recordar a esos seres de luz antigua pero se fueron sabiendo que no habían estado solos mientras caminaban. No es mucho, pero no te dejarán darles nada más. Estamos llamados a la lenta extinción de las especies que nacieron demasiado pronto.

Entendía cada una de las palabras de su padre, como si fueran premoniciones de un mañana que le esperaba hambriento, depredador.

- Dale un beso cuando la veas, papá–. Se levantó con lentitud, con las pocas ganas de un viajero que sabe que tardará en volver a descansar.

- ¿Te vas?

- Nunca del todo-. El anciano sonrió; pensó que sólo es cierto lo que podemos ver. Le siguió con la mirada.

Su hijo se desplazó lentamente hacia la ventana; la calle se debatía entre la soledad y unos rayos de sol que se volvían exigentes por momentos. Acercó su pálida mano hacia el cristal, posó sus dedos y notó como el frío de la noche se batía en retirada hacía ningún sitio. En ese momento, le invadió una urgente necesidad de notar el aire en su piel, de volver a la calle.

Se apartó, miró a su padre y se acercó a él; le acarició la mejilla lentamente, intentando memorizar su tacto. La cabeza del viejo se inclinó intentando recordar lo que era aquello. Por supuesto, no pudo. Le bastó ver en el rostro de su hijo el agradecimiento de quien consigue lo que busca.

Mientras caminaba hacia la puerta, se fijó en que los cuadros insecto de la pared; ya habían llegado al techo y se mostraban como ventanales desafiantes volcados bajo un cielo absurdo, sin estrellas. Eran focos que acompañaban su marcha, como si alguien les hubiera encargado el cometido de desearle un buen viaje.

Su reflejo en los espejos del pasillo se quebraba, se precipitaba entre las múltiples grietas que amenazaban un inmediato desplome. Algunos parecían devolver la imagen de más de una persona a su paso; quizás fuera así. Es lo que ocurre cuando los recuerdos andan plagados de gente que nadie quiere recordar. Todos merecemos un espacio y en ocasiones es difícil encontrarlo.

Se detuvo junto al mueble de la entrada mirando todas aquellas fotos de su madre, testigos sonrientes, guías de seres moribundos que habían renunciado a su ración de justicia años antes de llegar a esa casa. Pensó en la inmensa felicidad que debieron sentir al verse precipitados a un último golpe de buena suerte inesperada, en los brazos de aquella mujer que no conocían pero que tanto necesitaban. El orgullo que sintió por sus padres en ese momento le hizo decidir que ese, y ningún otro, sería el instante en que naciera por última vez en su vida. Sí; quedaban cosas por hacer.

Con las pulsaciones a punto de rasgarle la piel, acercó la mano a las fotografías, las rozó con el sigilo de quien nota que un poema está llegando a su fin; decidió dejarlas tal y como estaban.
Abrió la puerta con decisión, echó la vista hacia atrás una vez más y cerró para siempre las entrañas de aquel extraño lugar; deshabitado durante tantos años, vivo por tantas razones, vacío por tantas otras. Siguen habiendo historias que sólo viven mientras las recordamos.

Bajó en el ascensor. Atravesó el vestíbulo de la entrada como si se tratara de un túnel diseñado para el alumbramiento y se detuvo ante la última puerta. A través del enorme vidrio notó por fin el tenue calor de un sol dispuesto a desvelar todos los secretos. Tomó el pomo. Empezó a girarlo, pero se paró antes de tiempo.

Se paró porque pasar sobre lo que importa suele condenarte a la tristeza de los recuerdos cuando se con sumen. Congeló el movimiento de su mano porque no puedes pasar por alto los momentos que cambian una vida.

Supo que tenía que comprobar si los suaves susurros que oía eran tan reales como prometía su dulzura, si aquel aroma que había acudido a despedirle era lo que parecía. Se detuvo asiendo fuerte aquella bola de hierro forjado, evitando que perdiera el recorrido que ya había hecho.

No podía marcharse así pero decidió no girarse; los susurros se lo agradecieron en el idioma de los sueños. Quedaba algo por decir y sus palabras respiraron como lo hace la justicia en los pasillos del tiempo, retumbando firme contra los espejos de la memoria.

- Adiós, mamá. Te quiero.

No dijo nada más; esperó un momento sabiendo lo que iba a ocurrir. A su espalda, unos tacones gastados se alejaron de él para entonar una melodía conocida; los siguió adentrándose en las promesas de la escalera y se fueron desvaneciendo en la distancia.

Tomó todo el aire que pudo y terminó su relación con aquel maldito pomo saliendo al exterior. La puerta se cerró con dos golpes casi simultáneos. Levantó la vista hacia el cielo y comprobó que aquel sol era algo más que otra casualidad recurrente. Miró hacia un lado y otro de la calle. No había nadie.



Mientras se agotan los restos de papel, un hombre solitario camina por una ciudad que no quiero reconocer, en el espacio imposible donde se escriben las historias sin culpables, donde viven las mentiras que hemos aprendido a creer. Camina sin apartar la mirada del suelo, con el sigilo de quien sabe que vivimos entre fantasmas; pobres criaturas sin identidad que se arropan entre sí, espectadores ignorados en las cunetas de nuestro pasado. Pienso en ese hombre y puedo adivinar hacia dónde se dirige; será el primero en llegar porque nadie le espera. Nadie se acerca al estruendo de las verdades y el dolor. Nunca nadie escoge saber. Nunca. Nadie.


Dedicado a las víctimas que todavía habitan el desierto del olvido.

24 comentarios:

Ana dijo...

No se qué decir, Montaraz. Podría decir que es lo mejor que te he leido, que hacía tiempo que no me emocionaba tanto leyendo algo, que es injusto que sólo lo compartas con los despistados que seguimos entrando por aquí, que eres un gran escritor, que me lo he leído completo ya cuatro veces y cada vez me gusta más (un detalle colgarlo completo!). Podría decir tantas cosas que prefiero dejarte mi admiración por un trabajo sencillamente genial. Qué manera más inquietante de hablar de cosas gravísimas y a la vez que compleja y directa, qué necesarios que sois la gente como tú y qué bien escribes. Totalmente rendida. Ana.

PSYCOMORO dijo...

Gracias, Ana. Lo cierto es que ha sido un esfuerzo pero era algo que rondaba en mi interior pidiendo salir y creo que está mejor fuera que escondido. Eres muy amable con tus palabras y te puedo asegurar que sirven para que haya valido la pena intentarlo. Mientras lo hacía pensaba que aquello era lo más parecido a un castigo épico que nadie pudiera imaginar. Si has difrutado en algún momento, definitivamente valió la pena. Un beso.

Divina nena dijo...

Magnífico trabajo, tremendo y cercano, mientras permanezcan en el recuerdo jamás morirán, y no lo harán porque seguiremos luchando. Magnífico si señor, rendida estoy.

virgi dijo...

Textos com este, apreciado Psycomoro, no se pueden leer de una vez. Aunque ya conocía varios trozos, me emociona leerlos de nuevo. Tienes una gran capacidad para expresar tantos sentimientos complejos, jugar con sensaciones pasadas y en diferente planos.
Escribes muy bien.
Cuando leo cosas así, me siento tonta colgando fotos, frases, pequeñas historias.
Logras abrir un hueco en el que lee, donde que es necesario poner lo que sentimos, para saber que hemos comprendido al menos algo. Volveré.
Un abrazo grande.

Ginebra dijo...

Psyco, debes plantearte escribir en un cuardenillo este relato que puede ser ya una novela corta... lo haces muy, muy bien. Besos

PSYCOMORO dijo...

Gracias, Divina. Digamos que le he dedicado el esfuerzo que pide saber que debes mucho a gente que nunca llegarás a conocer pero que, de una forma casi inexplicable, lucharon para que llegaras a ser quien eres. Muchas gracias.

PSYCOMORO dijo...

Gracias, Virgi, pero confío que ese hueco que comentas se a el orgullo por intentar escribir algo que signifique algo para el que lo comparte. No hay frases, palabras ni historias pequeñas, sólo el cariño de entregar algo que hace nada sólo era tuyo. Gracias por tus palabras; te aseguro que saber que me seguís leyendo ayuda a que esto no pierda su sentido. Un abrazo.

PSYCOMORO dijo...

Hola Ginebra. Mucha gente me comenta que hay otros rincones fuera de éste, y que quizás podría intentar visitarlos, pero lo cierto es que no sabría ni por dónde empezar. Vuestras palabras siguen haciendo que todo esto funcione. Estoy a pocos días de llegar al paraíso que me recomendaste. Dejaré de tu parte el mejor de los recuerdos. Un beso.

Anónimo dijo...

Increible escrito. Profundo, con estilo y pidiendo al lector que no baje la guardia en ningún momento. El contenido alegórico es imponente. Estoy con el resto, debería publicarse; se leen cosas mucho menos interesantes cada día.

La sonrisa de Hiperion dijo...

Amigo Psyco, pasé a echar un ratito de lectura y he quedado encantado... espero que estas cosas las estés guardando, porque eso, como dicen más arriba, suena estupendamente a novela corta.

Saludos y un abrazo.

PSYCOMORO dijo...

Muchas gracias, Anónimo. Supongo que el tema de la publicación no deja de ser la prueba de fuego a la que ni sé cómo se llega pero en la que me
cuesta depositar ninguna esperanza. Me cuesta pensar que pueda interesar a nadie que no sea un viajero ocasional. Gracias, de todas maneras. Vueatros ánimos valen todo.

PSYCOMORO dijo...

Muchas gracias, Antonio. Es una historia que ha dictado sola cuando llegar y donde partir. Tan sólo tuve claro su origen; ella se ocupó del resto. Un abrazo.

NoSurrender dijo...

Decía Borges que el olvido es donde se encuentran el perdón y la venganza. Triste destino.

De todas maneras, quizás es que es imposible abandonar el dolor. Todos somos Sísifos de la derrota y usted escribe francamente bien.

Gracias.

PSYCOMORO dijo...

Gran Borges; gran Lagarto. Gracias por pasarte, es todo un placer. Que te guste lo que ves por aquí es más que todo un lujo. Es tan difícil abandonar el dolor como injusto dejar de hablar de él. Gracias, Lagarto.

♦PªU♦ dijo...

Hola!!!! Muy variado con de todo un poco, y de sobra interesante.. me ha gustado mucho tu blog, y concuerdo con todos al decir que este último está increíble!!

Saludos!!! :D

Anónimo dijo...

Increible canto a las víctimas de cualquier opresión y que necesitamos olvidar para limpiar nuestras consciencias Pasando por encima de un pasado demasiado cercano. Escribes muy bien, el relato es complejo pero tambien atrayente. Me has emocionado. Muy bueno, sí señor@.

PSYCOMORO dijo...

Muchas gracias, •pau•. Interesar motiva, tanto como encontrar nuevos navegantes en el camino. Gracias por tu visita. Saludos.

PSYCOMORO dijo...

Muchas gracias, Anónimo. Sí, siempre he tenido la impresión de que si huímos mediante el olvido de un pasado que no hemos llegado a entender, el problema no es sólo la condena a su repetición sino la injusticia hacia las víctimas que no pudieron limitarse a desaparecer y permitirnos pasar página con la habilidad de quien prefiere dejarse llevar por la conveniencia de la verdad que escogen otros. Gracias.

Claudia dijo...

Muy bueno PSYCOMORO... Muy intenso leerlo después de mucho tiempo en el mundo de las sombras donde me he refugiado, pero que tengo la esperanza de dejarlo de una vez por todas atras.
Bello bellísimo.

Gracias!

PSYCOMORO dijo...

Se te echaba de menos en este lado del
mundo, también lleno de luces y sombras pero en buena compañía. Muchas gracias... Y, si de algún
modo, ha servido para que podamos recuperara fantasía que nos regalabas en tu rincón, la alegría ya será completa. Todo un placer tenerte de vuelta, Claudia. Muxhos besos.

Anónimo dijo...

Tremendo, triste, doloroso. Escogemos la injusticia de esconder y aprendemos a vivir como si nunca hubiéramos tenido la oportunidad de hacerlo. Nunca, nadie.

Gracias.

PSYCOMORO dijo...

Con comentarios como este, Anónimo, sobran palabras de agradecimiento. Lanzas en el tesoro de dos líneas lo que no esconden miles de intentos. Efectivamente, la injusticia de esconder. Gracias.

Anónimo dijo...

Bellíssim, Psycomor... Molts dies sense visitar-te, però l'espera ha valgut la pena.
Una abraçada.
Rosa Vermella

PSYCOMORO dijo...

L'espera sempre val la pena quan el retrobament és tan esperat. Tot un plaer tindre't de tornada. Confio que les melodies fosques d'aquest racó et tornin a cridar ben aviat. Un petó ben vermell.