16 de octubre de 2007

SEPTIEMBRE Y PETRÓLEO

Nunca es agradable que te arrastren a las zonas oscuras del lago porque allí nadie hace pie. De hecho, preferiríamos que no hubiera lagos porque se oye decir que en ellos viven seres que saben respirar bajo el agua, criaturas que caminan en el fondo y piden lo que es suyo; allí vive gente como nosotros. Pero algunas cosas es mejor no saberlas.

Y todo se debe a septiembre. Entonces fue cuando nos arrancaron los párpados y por fin vimos lo que sucedía en el mundo. No nos gustó: suele ocurrir con la verdad. En "11-09-01 – September 11", un grupo de directores asaltan las fronteras de medio mundo para hablar del miedo, la única patria que queda. Se olvidan de su procedencia e intentan explicar lo que vieron aquel día, lo que han visto desde entonces. Once historias diferentes desprecian a los medios de comunicación como narradores de nada y toman partido en el asunto, apartándose de la lógica de la violencia, construyendo la teoría de lo imperdonable. De un tiempo a esta parte, intentar hablar de lo que vemos es como firmar la condena de lo indebido.

Entre todos esos pedazos de belleza, dos cobran vida por sí mismos en el fondo del lago. El estadounidense Sean Penn dirige una pequeña joya llena de espejos, donde un anciano vuelve a comprobar el calor de sol gracias a la caída de las Torres Gemelas; la luz le trae calor y tristeza a partes iguales, pero descubrimos que las cosas siempre vuelven a caminar por su propio pie.

Ken Loach escupe contra la conciencia americana al recordar uno de los momentos más vergonzosos y olvidados de la historia reciente: el asesinato de Salvador Allende y la llegada del terror a Chile, ambos con la directa colaboración de Estados Unidos, ya entonces preocupados por asestar puñaladas de libertad. En ocasiones, sorprende que hayamos incorporado la hipocresía con tanta facilidad al dibujo de nuestras sonrisas.

La violencia ya es parte del cuento. Nada parece imposible cuando eres capaz de hablar y escribir a favor del genocidio a cambio de dinero. Afganistán ya entregó su gas y los perros de la guerra han acampado en Irak, arañando y babeando por petróleo. Es una pena que vivamos tan lejos: no podremos ver cómo se despedaza el cuerpo de un niño. Pero no quiero preocuparos más de lo necesario, porque el aullido de los perros es ensordecedor y, si tenemos suerte, la televisión estará allí para enseñarnos lo buenos que pueden llegar a ser.

Lo siento. Preferiría hablar de otras cosas pero estoy perdiendo el sentido del humor; se lo han quedado nuestros políticos. Pero no desespero, porque noto que aún queda ese olor; es el lago que sigue ahí, respirando entre todas esas voces. Creo que desea devorarme y a mí no me hicieron para resistirme al deseo ¿Alguien quiere bañarse conmigo?

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