Tom Waits cantaba que los perros de la lluvia son aquellos que se descubren perdidos en la calle cuando la lluvia ha cesado; la lluvia ha borrado los olores y los perros no pueden encontrar el camino de vuelta a casa. Esa canción ha hecho que mis despertares sean eternos, la recuerdo y sueño que abandono mi cuerpo para no volver, que la lluvia esconde el camino de retorno a mi carne y que dejo de ser un hombre.
Y, cuando dejo de ser lo que era, mi nombre es Hattie Carroll, porque ese era el nombre de la mujer de aquella otra canción de Bob Dylan y porque tarde o temprano todos tenemos que tener un nombre.
Siendo ella, sé lo que me espera; sé que tendré demasiados hijos, sé que los cuidaré como si sólo fueran míos, sé que me comportaré como una buena mujer, esperando a que el bastón de mi marido me parta la cabeza en dos. También sé que, a pesar de toda esa gente, voy a morir sola junto a ese bastón, intentando recordar cómo comenzó todo. Sí, quizás sé demasiadas cosas pero es que he escuchado esa canción un millón de veces, y todo está ahí, clavándoseme en la espalda.
Está sucediendo cada día; no hay muerte más injusta que la que se convierte en noticia porque, por un general, la conocemos antes de que suceda. En el maltrato a las mujeres, el engaño siempre consiste en pensar que todo queda demasiado lejos; la violencia sólo es la vileza de quien no puede controlar la situación; aquellos que abusan no necesitan la fuerza, ya nos tienen a nosotros.
El origen de la violencia es, si cabe, más lamentable que la violencia en sí misma. El desastre que permite que todo permanezca lo ejercen las costumbres, la tradición y los tópicos que representan miles de hombres y mujeres que entienden que todo está escrito y que, por supuesto, todo está bien escrito. Todos estamos donde nos corresponde. Supongo que por eso siento ese terror cuando pienso en mi nuevo nombre, sé lo que me espera como mujer.
El tiempo transforma la percepción de las cosas pero juraría que mi marido ha tenido ese bastón desde que le conozco, y esas manos, y esa manera de hablar. Si es así, no sé qué hace que ahora no pueda quitarle el ojo de encima a ese estúpido pedazo de madera.
El amanecer es tan largo y extraño que me pierdo en mi nuevo cuerpo y en su nueva vida. Todo ser revuelve sobre sí mismo y no entiendo la forma del tiempo. Soy Hattie durante siglos y he olvidado como solía despertarme; sólo puedo disimular mi vergüenza con la sábana, temblar y esperar la próxima canción.
Confío que sea el bueno de Tom quien vuelva a cantar y, con él, los perros de la lluvia acudan a por mí. Juro que marcharé con ellos a perderme de nuevo en las calles; pero esta vez la lluvia la pondremos nosotros porque tendrá mucho que ver con el llanto por la próxima víctima que aparezca en los periódicos. Supongo que la lluvia me hará olvidar que durante unos momentos que yo también fui mujer. Que me llamaba Hattie. Y que moría antes de llegar a ningún sitio.
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