19 de noviembre de 2010

Cuando no estás dentro

Miramos a los mundos que conviven entre nosotros con un gesto de devastadora extrañeza; enlazamos con urgencia los planes que nos alejan de su compañía, las mentiras que nos permiten respirar aire fresco cuando lo necesitamos. Más aire, del que necesitamos. Ellos vagan a nuestro alrededor, molestando nuestra tranquila constancia en la repetición, mostrando esos rostros descarados que nos otean como si no pensaran marcharse. Y cerramos los ojos para apartar la monstruosidad, para condenarla al espacio de los cuentos mal contados, aquellos que acaban mal pero ya no asustan.

Con la calma de un seductor con las cartas marcadas, te retiras a tu palacio de madera que no arde y te entretienes levantando mil veces un castillo de naipes sobre tu ombligo, desmontándolo cuando amenaza derrumbarse sobre ti, con el escaso riesgo de quien conoce la belleza de pertenecer a un mundo corriente. Y en ese manso juego de mangas anchas, nos olvidamos de lo que importa el frío cuando no tienes ropa suficiente; nos olvidamos de ellos y seguimos con nuestro aburrido juego de espejos y recompensas eternas.

En ocasiones me pregunto qué sería estar fuera y no poder entrar. Ser diferente, que no te reconozcan; vivir en los suburbios de la normalidad, en las bodegas de un barco a la deriva. Escribir mandamientos que sólo conoces tú. Arrugar mensajes devueltos antes de salir. A veces me pregunto si notas cuando empiezas a convertirte en un monstruo para los demás.

Recuerdo perfectamente mi primer contacto con Freaks de Tod Browning; era un niño. Fue a través de un antiguo libro de cine; varias fotografías de sus personajes me alertaban de algo que no podía entender, un universo que no tenía sentido y que parecía acudir en estampida desde un pasado que parecía irreal; supongo que intenté aparcar aquellas sensaciones en el cajón de las fantasías y las encadené al resto de maravillas que alojan la infancia en el significado de los sueños; lo intenté pero lo cierto es que aquellas imágenes me acompañaron con un ritmo extraño, creciendo más lentamente que yo, esperándome pacientes hasta que pude aceptar que escondían algo distinto.

Aquellos rostros incubaron en mí la intriga de la distancia, el peso del misterio, la curiosidad del recuerdo; me acercaron a la injusticia de mi propia ignorancia. Quizás fueron mi primer romance con esa esquiva amante llamada inspiración.

Bastantes años después, abrí definitivamente la puerta para devolver lo que no era mío y vi la película. La impresión fue tan grande que mis recuerdos se hincharon como un animal herido que no piensa morir sin defenderse; se abalanzaron sobre mí y empezaron a desvelarme el misterio de aquellas fotografías. El secreto era que no había secreto.

Todos aquellos personajes ajenos a la realidad que conocemos, inmersos en poesías a medio hacer; aromas un de circo de huérfanos abandonados que han inventado un nuevo escenario de belleza donde poder sobrevivir con el orgullo de quien mira tu estupor desde el otro lado. Y allí lo dos, uno frente a otro, te percatas de que lo único aterrador es tu absurdo mundo de prejuicios punzantes. Sí, cierras los ojos, pero los monstruos no marchan porque te has convertido en su único hogar.

La historia no discurre por la compasión, ni por concesiones a la galería; es un contundente ejercicio de solidaridad entre los que viven en el frío, una bofetada airada contra un mundo que sigue embobado con sus castillos de arena y su belleza raída, ajeno a los que de verdad entienden el cariño.Uno de los finales más aterradoramente justos de la historia del cine cierra una alegoría que, ya en 1932, describía el genoma de una humanidad construida sobre el odio a la disidencia.

Y todavía hoy tengo la sensación de que aquellas fotografías me enseñaron algo que no consigo entender del todo, algo que sólo cuando te quedas al otro lado de la puerta alcanzas a comprender. Supongo que el paso del tiempo significa la soledad de la belleza que se apaga, y el monstruo no es más que la melodía de un tiovivo donde hay sitio para todos.

El secreto, después de todo, es que no había secreto.

20 comentarios:

Ana dijo...

Es increíble, Montaraz. Cuanta belleza y que homenaje más bello al canto a la diferencia que era Freaks. Yo también me acerqué de una manera rara a la película y también fue por fotografías, pero a mi me inspiraban mucho terror. Al ver la película ese miedo se convirtió en ternura y en una profunda sensación de culpabilidad por haber caido de alguna manera en lo que denuncia la historia. Qué fotografías más bellas. Me gustaría agradecerte esta entrada con un abrazo y un montón de besos, no creo que haya otra manera de explicar lo que me haces sentir. Agradecida, Ana.

Ginebra dijo...

No recuerdo haber visto esta película, Psyco, el caso es que me suena, pero no consigo acordarme. Debo estar algo mayor y la memoria empieza a fallarme:)))
Me ha interesado mucho porque tienes la capacidad de "convencer" o crear expectativas cuando describes un tema musical, hablas de una banda o de una película... En fin, que debo conseguirla.
Besos fotográficos.

PSYCOMORO dijo...

Muchas gracias, Ana; es curioso ese acercamiento compartido a Freaks y también lo son esas sensaciones encontradas que te invaden cuando tomas contacto con algo tana lejado del mundo que conoces. Eres muy amable con tus palabras; la gratitud, y los abrazos, son totalmente compartidos.

PSYCOMORO dijo...

Hola Ginebra. El caso es que no es una película muy popular; supongo que su naturaleza la ha ido apartando de la memoria que permanece. Te la recomiendo, aunque verás muchas cosas que no son agradables, quizás porque son demasiado reales. Si he despertado un mínimo interés, bien, es mucho más que haber cumplido lo que me proponía. Besos.

La sonrisa de Hiperion dijo...

Los secretos siempre dejan de serlo...

Saludos y un abrazo.

PSYCOMORO dijo...

Es lo que tienen los secretos, Antonio, sólo cuando son desvelados descubrimos por qué estaban ahí. Un abrazo

virgi dijo...

No la conozco, pero me recuerda a un amigo que creo que le había impactado, aunque no logro saber si era esta película u otra similar...¿ésta tiene que ver con La parada de los monstruos?

Tus escritos tienen el poder (como dice Ginebra) de meternos el interés en conocer algo más de lo que hablas.
Escribes con una elegancia cruda, una profundidad hermosa y ardiente.
Es un placer visitarte y enriquecerme. Gracias. Muchas, muchas.

PSYCOMORO dijo...

Sí, Virgi, por aquí se vendió con ese sutil nombre, La Parada de los Monstruos; es la misma pelicula. Muchas gracias por tus palabras; aprendo yo mucho más de vuestras visitas que de mantener esta casa en pie. Muchas gracias, de retorno.

♦PªU♦ dijo...

Hola!!!
Me encantan las introducciones que hacés para abordar un tema, y haces la critica tan profunda que se lee desde adentro, es algo increible leerte!!!

Besos!

PSYCOMORO dijo...

Muchas gracias, PªU. Lo único increíble es teneros por aqúí. Besos.

La paciente nº 24 dijo...

La mirada siempre se ha sostenido en los prejuicios que hace toda conceptualización, es decir, desde que intentamos explicar o nombrar a las cosas, esas propias cosas dejan de ser objetivas; la belleza, la fealdad, el terror, la ternura...de ahí todas las falsas impresiones que nos llevamos al mirar por primera vez algo. Lo subjetivo está solicalizado y lleno de prejuicios.

Grande tu entrada, que no en tamaño.

PSYCOMORO dijo...

Hola, Paciente; sí, el prejucio nos lleva a los nombres, y éstos a olvidar que la seguridad es siempre una mala consejera. Gracias.

Anónimo dijo...

Excelente entrada a una historia irrepetible sobre la soledad compartida. Escribes muy bien y aquí tienes una fiel seguidora.

La sonrisa de Hiperion dijo...

Las cosas siempre más sencillas de lo que lo imaginamos...

Saludos y un abrazo.

PSYCOMORO dijo...

Gracias, Anónimo. La soledad compartida de los que descubren que nunca es tarde para empezar a caminar.

PSYCOMORO dijo...

Sí, Antonio; la sencillez de la justicia. Un abrazo.

heiliger trinker dijo...

Cuando estás extrañamente enfermo, cuando andas borracho, cuando tienes dentro un dolor líquido... pasas al otro lado, también.
Respecto a la peli, es la peli preferida de mi pareja... primero la atracción fue saber que no eran falsos freaks si no que existían en realidad... eran así... y en realidad cómo eran? eran más fantáticos que monstruosos, bellos en su rareza, ingenuos en su interior... mucho mejor que muchos.

Anónimo dijo...

Realmente no había secreto. Habitamos un mundo demente en el que no hay espacio para la diferencia y en el que el autoengaño es el rey. Pero todo llega, y la monstruosidad la podemos contemplar hoy en muchos rostros que no han aceptado que nadie puede estar dentro para siempre.

Gran película, gran escrito y mucha sensibilidad en un niño que ya apuntaba maneras. Un abrazo, Psycomoro.

PSYCOMORO dijo...

Bellos en su rareza, ingenuos con lo que les rodeaba; no eran monstruos, tan sólo seres en busca de la oportunidad que todos deberíamos tener. Sí, Heiliger, es una metáfora tan directa que duele que tenga sentido.

PSYCOMORO dijo...

Muchas gracias, Anónimo. Esa comodidad, el calor que regala vivir dentro, sólo importan cuando dejas de tenerlos. Es como todo en esta vida, nos acostumbramos a lo que damos por supuesto, y pasamos por encima de los problemas que no nos amenazan; no sabemos que siempre es de momento. Un abrazo.