29 de octubre de 2007

LA RELIGIÓN Y LA OPORTUNIDAD DEL CIRUJANO

Hubo un tiempo en que soñar era demasiado duro; yo no lo recuerdo, pero la gente te explica cosas aunque no preguntes. Hubo gente que temía soñar y entornaba los ojos como si los párpados le desagarraran la noche; hubo gente que creyó ver al diablo, justo antes de conciliar el sueño. Han pasado muchas cosas y siempre ha habido gente, pero nadie ha vivido sin dormir; nadie ha vivido sin soñar. Y es por eso.

Algunas historias son como cuchillos mal afilados, tienes que clavarlas muy profundo para que sirvan de algo; eso ha ocurrido con las religiones y su lento caminar durante todos estos siglos: han practicado con el tiempo una cirugía de golpe romo, algo demasiado largo para tener sentido. El paciente ha fallecido pero nadie avisa al cirujano que su arma no corta; lo ves allí, con su bata impoluta, como si nada hubiera pasado, sin una sola gota de sangre que le sirva como excusa, pero con un cuerpo magullado en la camilla, agradecido porque todo haya acabado ya.

La cura es la propia enfermedad cuando no hay razones para necesitar; la religión es enfermedad si pretende curar lo que no sangraba. Antes de la guerra los niños no sangraban; y ¿quién empieza una guerra? No quiero saberlo, pero los escalofríos me devoran cuando miro a ese cirujano, disfrazado con una media sonrisa y sujetando su cuchillo de juguete con la fuerza de quien sabe que ha venido para nada; porque el daño es irreversible y porque ese bisturí nunca sirvió de gran cosa.

En ese quirófano sin operaciones conviven todas las religiones; allí, disfrazadas de sanadores, mirándote con sus mejores galas a través de un vidrio grueso como veinte siglos. Miran hacia sus propias manos, armadas con instrumentos quirúrgicos de formas extrañas, que nunca han servido para nada. Los médicos se muestran orgullosos, altivos, sus gestos te dan lecciones; pero yo no puedo apartar la mirada de esos bisturís en busca de su lugar en el mundo y todo cuanto escucho es su llanto cuando descubren qué han hecho con esos pacientes sin salida, víctimas de un mal uso en el peor de los momentos. Me retiro.

Y lo peor de ser paciente es que te toque ser mujer porque ni a camilla tienes derecho; te amontonan en un rincón, sin decirte por qué has enfermado; te miran con el peor de los desprecios y te culpan del estado de las cosas. Son las religiones y somos las mujeres, y es la condena a ir a un infierno que no existe, por algo que no has hecho. De hecho, no es una condena; es la más cruel de las mentiras y no creer en ella es hacer ver al cirujano que perdió su oportunidad.

Las mujeres ya no podemos seguir viviendo de las mentiras de la religión, tenga ésta el color que tenga, hable la lengua que hable; quizás así nuestros hijos entiendan que no hay nada tan cierto como que no hay enfermedad. Que no hay una anarquía ética que curar, una falta de valores a sanar; que no hay nada que puedan arreglar unos médicos que nunca han sabido curar

Llegará un momento en que la religión deje de doler; un día en que sólo disfrutemos de las cosas que nos ayudan a ser libres; algún día la única religión que importe será disfrutar de Nina Simone cantando, mientras se cierra la maravillosa “Inland Empire” de David Lynch. Tarde o temprano llegará el reino de los pequeños momentos huérfanos de dios pero hinchados de talento. Pasen y vean.

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